jueves, abril 18, 2024

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LA FOTO DE LA HECATOMBE

Por: Jorge Mejía Martínez
Exsecretario de Gobierno de Antioquia
Jorge.mejia@une.net.co

No hay peor hecatombe que la tragedia del secuestro en Colombia. Que los analistas de todo tipo dejen de escudriñar las palabras del Presidente Uribe buscando la definición de hecatombe: ¡es la foto de Ingrid y Luís Eladio en la selva! Este es un país desmadrado si el corazón no se nos arruga al observar los muertos vivientes que tenemos abandonados en la jungla con 6, 8 o 10 años, mientras Colombia se divierte con los reinados de belleza –principal fuente alimentadora de las prepago al servicio de la mafia, según el libro de Madame Rochy-, o inundamos los estadios miércoles, sábados y domingos detrás del fútbol. La aterradora carta de Ingrid, leída con los ojos humedecidos una y otra vez, es el peor invierno que hemos tenido en esta tierra. El amor a su mamá y a sus hijos, infinito y triste, es el único alimento que la mantiene viva. Se le cae el pelo y la esperanza, pero no el afecto. La ilusión de todas las horas no es la liberación del infierno, sino encender el radio mañanero para escuchar la amada voz del sufrimiento al otro lado.

El silencio del exsenador Luís Eladio Pérez con la mirada penetrando el piso y la inmovilidad bravera del ingeniero norteamericano, conmueven hasta lo más hondo. Son como una bofetada ante tanta degradación y tanto discurso inflado de promesas recurrentes. Los ojos no se separan del suelo hostil o del horizonte lejano, para que la cámara no vaya a recoger ningún asomo de convivencia con los desalmados secuestradores que, armados hasta los dientes, esperan filados al frente. La mirada clavada también es un señalamiento a la indiferencia de la patria. Los rutinarios reportes oficiales que dan cuenta de las bajas y los positivos al fragor del conflicto armado, nunca refieren los encarnizados enfrentamientos entre las victimas solitarias y los victimarios escondidos en la manigua: los silencios impotentes de unos contra las torturantes cadenas de los otros.

Las FARC no son más que unos salvajes. Hombres, mujeres y estructuras al servicio de la muerte. La vida es una disculpa. Puede que a fuerza de acostumbrarnos les aceptemos su recurrencia al narcotráfico para obtener financiación, pero no el secuestro. Jamás. No podrá ser un arma política valedera agarrar seres humanos para mantenerlos vivos enterrados o para fusilarlos ante cualquier ataque de nervios como a los diputados del Valle. Nadie podrá creer en los que pregonan ser los supuestos redentores del mañana, mientras no hacen nada por esconder la maldad de hoy. El secuestro se agotó como arma de lucha política o económica. Autogol más autogol.

¿Y el Estado o el gobierno qué? Su obligación constitucional y ética es evitar el secuestro de las personas y liberar a los secuestrados. No hacerle el juego a los que convierten en simple mercancía objeto de cambalache a los seres humanos. El intercambio humanitario es humanitario porque su ámbito no es el cálculo político o financiero; su propósito es evitar más dolor entre la gente. El protagonismo internacional o ante los medios de comunicación de la contraparte, será inevitable mientras las armas empuñadas ilegalmente se traduzcan en capacidad militar o no haya sometimiento. Ante la magnitud de la tragedia colombiana, cada vez será más desgastador esgrimir como un trofeo inamovible el temporal despeje o no de un pequeño territorio para negociar. Es preferible un Estado o un gobierno sensible a las palpitaciones de la población, que evitar a toda costa la publicación de la foto de un guerrillero con pose de triunfador. Las lágrimas de las victimas horadan más la fortaleza de las instituciones que la envalentonada de los pocos violentos.

Así como producen desazón los testimonios de los secuestrados, produce una inmensa tristeza la indiferencia social. En España se acaban de movilizar miles de pobladores para protestar por el asesinato de dos guardas franceses por parte de la ETA. Las fotos desgarradoras de quienes llevan años enterrados vivos en la selva colombiana, debieran producir algo más que aisladas crispaciones de los puños o emotivas esquelas como la presente. Tendríamos que estar protestando todos en las calles, defendiendo el derecho a la libertad, a la dignidad. Dejar la resignación atrás para actuar como si el secuestrado fuera un familiar nuestro o entender que hoy la victima será cualquiera, pero mañana podremos ser nosotros. La indiferencia es cobarde: ¡qué pena!
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Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.