viernes, marzo 29, 2024

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¡DÉJENOS EN PAZ!

Por: María del Carmen Almeida. Escritora
Artículo publicado en El Comercio de Quito

Mi bisabuelo era colombiano. El primer cargo diplomático de mi padre fue en Bogotá. Mi hermana nació en Bogotá. Me casé con colombiano hace 27 años y nuestra hija podrá optar por la nacionalidad colombiana cuando sea mayor de edad. Considero un privilegio tener muchos y muy buenos amigos colombianos tanto en Ecuador como en Colombia. Marché el 4 de febrero en Quito, codo a codo, con colombianos y ecuatorianos, durante la marcha mundial en repudio a las FARC y por la liberación de los rehenes. Entoné los cánticos con el mismo fervor colombiano. Sí, tengo vínculos afectivos muy fuertes con Colombia. Pero soy, a mucha honra, ecuatoriana.

Cuando Colombia incursionó en territorio ecuatoriano para desmantelar un campamento de las FARC, comprendí la desazón inicial ecuatoriana sobre todo porque no había mediado una autorización previa. Pero cuando me enteré del tamaño del campamento de las FARC; cuando supe el tiempo que ese campamento había estado en nuestro territorio (sin autorización previa supongo) y cuando todos nos enteramos que había muerto Raúl Reyes, un contumaz asesino terrorista, comprendí la posición colombiana. Y cuando el Presidente Correa rompió relaciones diplomáticas con esa nación tan cercana a mis afectos, no entendí nada. Entendí menos todavía cuando el Presidente Correa dio una conferencia de prensa conjunta con el Presidente Chávez, en la que sobraron los insultos de grueso calibre y menguaron la razón, la cordura y sobre todo, la verdad. Me indigné cuando mi marido, que ha dado empleo a decenas de ecuatorianos, ha pagado miles de dólares en impuestos y ha amado a esta su tierra adoptiva, lloró impotente ante tanto improperio.

Y cuando el Presidente Correa dijo, muy suelto de huesos, que la ruptura de relaciones diplomáticas no afectaba los fraternos vínculos entre ambos pueblos, supe que quien no entendía nada era él. Porque él no se enteró de los muchachos colombianos que no pudieron graduarse en el colegio con sus compañeros porque tuvieron que salir en quema. Se hizo el desentendido ante los ataques xenófobos que ocurrieron en ambos países. Y desde luego, le importó un bledo la desazón, la tristeza, el desconcierto, la vergüenza de miles de ecuatorianos y colombianos residentes. Y por odiosas que sean las comparaciones el Presidente Correa quedó en cueros ante el Presidente Uribe, puesto que muchísimos ecuatorianos calificaron a este último como un Señor Presidente. Sí, mi padre tenía tanta razón cuando decía ‘Señores hay muy pocos, poquísimos’. Es más, Rafael Correa ha llegado a ser economista, catedrático y Presidente de la República, pero pobrecito él, no llegará jamás a ser señor.

Pero lo peor estaba por venir. Cuando Chávez ya había desmovilizado sus tropas; cuando Ortega ya había dado asilo político a las guerrilleras sobrevivientes en la incursión colombiana al campamento de las FARC; cuando Correa ponía toda clase de trabas a la normalización de las relaciones entre ambos pueblos, el Estado colombiano liberó a Ingrid Betancourt y a varios rehenes de las FARC después de años de cautiverio. Sin un solo tiro. Sin un solo muerto.

Me acuerdo que yo almorzaba con una amiga (ecuatoriana) cuando su hijo le llamó dichoso a contarle la noticia. Y en seguida llamé a mi marido, quien dejó todo y se instaló a ver la cobertura en CNN. Cada cierto tiempo, me llamaba emocionadísimo a darnos detalles. El mundo entero se regocijaba. Todos lloramos de la emoción al ver por televisión el encuentro de Ingrid con sus hijos. Seguimos paso a paso, latido a latido, las declaraciones de estas personas, hombres y mujeres, que habían recuperado lo más preciado para todo ser humano: la libertad. Y nos quedamos sin habla, mudos de estupor, cuando Correa vociferó: ‘¡Déjennos en paz!’ Todo porque Ingrid Betancourt le recordó que Colombia había elegido presidente a Álvaro Uribe. Esa fue su reacción. Reacción pequeña, mezquina, enana de espíritu, carente de lógica e inteligencia: Déjennos en paz dijo el pobre hombre. El resto del mundo le hizo caso cuando abrazaba emocionado a Colombia y daba la bienvenida a la vida a Ingrid y los demás rehenes.

Si semejante exabrupto lo decía Rafael Correa, vaya y venga, pobre ignorante. Pero lo dijo el presidente de todos los ecuatorianos. Y al hablar en plural, habló a nombre de todos nosotros. Tomó en sus manos mis afectos y los de tantos ecuatorianos. Los ensució. Y en nuestro nombre dijo algo que va en contra de nuestra naturaleza humana, de nuestra decencia, de nuestro sentido nato del buen vivir. No comprende que al haber sido elegido presidente nos representa a todos. No comprende este pobre hombre que la diferencia entre un presidente y un Señor Presidente está en sobreponerse a sus bajos instintos, a sus complejos, a sus rencores. Tampoco entiende que al gobernar únicamente para el ignorante, insulta a la patria toda y le niega el derecho a progresar. Y no sabe, claro está, que más temprano que tarde seremos nosotros, hartos ya de tanta bajeza, los que diremos a voz en cuello: ‘¡Déjenos en paz!’ Porque no sólo ha quebrantado las relaciones con Colombia, sino que además ha enervado las relaciones entre nosotros.

Pero este artículo lo escribo ahora, meses después de los acontecimientos, porque acabo de regresar de Colombia. Nos fuimos en familia y entre amigos al eje cafetero colombiano. Nos fuimos por tierra. Hablamos con su gente. Recorrimos absortos aquella belleza. Y soñamos. Soñamos que nuestro Ecuador también puede ser así de grande, de acogedor, de libre, de alegre, de próspero. Así será cuando elijamos a un Señor Presidente. Así será.
Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.