La mejor forma de “inaugurar” una columna, es contarles a aquellos que puedan leerme qué me motiva a escribir. Desde pequeña, me he preguntado qué lleva a las personas a actuar de una u otra forma. Siempre he intentado buscar en cada ser humano la fuerza motora que lleva a comportarse así. Sin embargo, todos esos intereses por conocer la profundidad de otro no resultaban ser más que una simple curiosidad. En el 2017 entendí por qué esa pasión se convirtió en mi propósito de vida.
Mi papá estuvo privado de su libertad durante 5 años, responsable claro está. Y esas dosis personales para 200 mil personas aproximadamente me enseñaron de cerca el estado del sistema penitenciario y carcelario en este país donde creemos que el daño causado es resarcido con la privación de la libertad sin exigir a los infractores acciones reparadoras reales en función de responsabilidad con la sociedad.
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Sin embargo, en la cárcel y en la forma en que hoy se encuentra ese sistema, resulta ser una utopía la reflexión sobre las acciones y el daño causado de aquellos que han roto las reglas.
Necesitamos tener conversaciones incómodas de esas que confrontan y llevan a reflexionar sobre la responsabilidad que hay con la seguridad ciudadana. Todos queremos ser protegidos, cuidados por la institución y el Estado, pero no queremos ser responsables de las acciones que deberíamos emprender para construir una sociedad más justa y segura. Mientras más infractores permanezcan en las calles, más víctimas seremos. De ahí la importancia de exigir y velar por la función de la pena: la resignificación de cada ser humano que ha experimentado la privación de la libertad.
Tenemos que dejar de pedirle a los amigos que nos “bajen” la multa de tránsito, dejar de comprar “gallos” como celulares “bloqueados” o analizar la manera para disminuir las sanciones de los impuestos de industria y comercio, o la renta, por ejemplo. Debemos dejar la actitud desentendida en el metro, en el bus, en la calle, especialmente cuando alguien es acosado por una mirada lasciva para evadir, además, con el silencio, el comportamiento violento de otro.
Hoy me aventuro a tener conversaciones incómodas con quienes me leen, porque necesitamos encontrar puntos de encuentro, pero también puntos de distancia que nos inviten a respetar al otro aún cuando su posición no la comparta para defender su libertad de pensar y sentir cómo si fuese la mía. Deshumanizar al otro, ha sido una de muchas “motivaciones” que he encontrado en el ejercicio de la labor social que nos llevan a transgredir el espacio vital del otro porque no se le reconoce, porque se le invalida…
Esta, como mi primera aventura en la escritura es una invitación a reconocer, a respetar y a comprender la diferencia como una virtud, porque la seguridad ciudadana es un bien público, y, por tanto, un compromiso de todos.