Por: Rafael Rincón Patiño
Director de háBeas Corpus, Consultorio de Derechos y Gobernabilidad.
«Cada uno ha de elegir cuál es su dios o cuál es su demonio»
Max Weber
Ni el presidente Álvaro Uribe ni las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) se mueven en el tema del acuerdo humanitario. El primero no despeja los municipios de Florida y Pradera en el departamento del Valle y las segundas no liberan uno sólo de los rehenes.
Ambas partes desestiman las consecuencias de sus decisiones y esgrimen una ética de inamovibles, una ética de principios. Ambas partes soslayan las consecuencias políticas de sus decisiones. En este enfrentamiento ciego no les importa el mundo ni el qué dirán, tienen una guerra casada y cada uno es el diablo para el otro.Los colombianos, los países amigos, Estados Unidos, la Unión Europea, el Comité Internacional de la Cruz Roja, las víctimas del conflicto armado no importan para los negociadores. Las consecuencias humanitarias, sociales, económicas o culturales son despreciables frente a los posicionamientos geopolíticos conseguidos.
Las Farc tienen la obligación militar, moral y política de liberar a todos los rehenes y secuestrados a la luz del Derecho Internacional Humanitario. El acuerdo humanitario es la hoja de ruta para el trámite de esta obligación. El Estado colombiano y la comunidad internacional deben poner todos los recursos necesarios para facilitar el cumplimiento de ella.
Pero, el “no al despeje” se convirtió en un principio del Gobierno colombiano y el “despeje territorial” en una convicción de la guerrilla de las Farc. Los potenciales protagonistas del acuerdo humanitario están dispuestos a pagar todas las consecuencias políticas con tal de no relativizar sus principios ni reconocer al otro. Lo triste es que asumen las consecuencias políticas a sabiendas que no se las cobran o que las pueden birlar.
Fue más fácil para el gobierno de Álvaro Uribe y para la guerrilla de las Farc poner en manos de un presidente amigo y de una senadora de la oposición la responsabilidad del acuerdo humanitario que asumirlo directamente en diálogo franco.
El acuerdo humanitario en el conflicto armado colombiano es la expresión fundamental de la consideración por el otro, es el fundamento de una ética fundada en la solidaridad.Los procesos de paz se inician entre combatientes para que culminen en un acuerdo político. En Colombia se inician y terminan en una asamblea constituyente.
El acuerdo humanitario es un acuerdo político fundacional porque es un reconocimiento del otro encarnado en las víctimas y un reconocimiento de la otredad. Sin embargo, no hay diálogo entre las partes que permita construir un discurso. Quienes pagarán los platos rotos de la ruptura serán los mediadores. Ellos responderán políticamente porque los protagonistas se han blindado en una ética de principios, de inamovilidad.
Parados en una ética de convicciones (satanizar al otro como terrorista) han construido sus dioses y sus demonios. Expresiones como “Uribe, paraco el pueblo está verraco” o la descalificación del otro como terrorista genera inamovibles que eternizarán a las víctimas en las selvas colombianas.
¿Es posible una intervención humanitaria internacional aun en contra de la voluntad de las partes? ¿Por qué el pragmatismo que informa a los negocios no es el mismo que informa la situación de las víctimas?¿Por qué es válido el negocio de la droga para financiar las acciones militares de la guerrilla (ética de responsabilidad o el fin justifica los medios) y no es válida para obtener la libertad de las víctimas?En Colombia están enfrentados a muerte dos proyectos conservadores. La dignidad humana, máximo valor de la Constitución de 1991, es la gran sacrificada y los combatientes actúan seguros de que no tienen que responder por sus consecuencias. Las convicciones y sentimientos personales tienen sometida la política.