Tener sexo con un hombre, con una mujer, perro, gato, blanco, negro, piedra, árbol, planta, tarántula, anaconda es completamente normal y delicioso. No sabemos que está reflexionando Alberto Cutié, después de la manoseada que se pegó en la playa, si es evidente que rico la estaba pasando.
Por su falta el sacerdote cubanoamericano fue relevado como párroco de San Francisco de Sales en Miami Beach y de sus responsabilidades en la emisora Radio Paz por aparecer acariciándose con una mujer. ¿Qué tal dónde hubiera sido con un infante? ¿Hubiera sido menos o más grave? La manoseada causó consternación en la comunidad hispana del sur de la Florida y generó expresiones principalmente de solidaridad con Cutié.
Lo que hay que reflexionar, es la permisividad de la feligresía con respecto al resbalón del cura. Esa permisividad, es simplemente otra nueva demostración de la doble moral de los integrantes de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
Esa Iglesia alcahueta, machista, retrograda y moralista, ha sido incapaz de sostener el tan predicado y utópico celibato, que incumplen las monjas, curas, diáconos, cardenales y papas, desde hace 2000 años. Esa historia que además, no es contada por los curas, demuestra la cantidad de infantes que han salido debajo de las sotanas del personal eclesiástico sin ninguna clase de pudor.
La Iglesia Católica Apostólica y Romana ha sido incapaz de sostener el celibato. Está escrito en la Biblia: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un cura sucumba a la tentación de un muchacho.
El problema no es que un sacerdote tenga sexo con un hombre o con una mujer. El problema es que un sacerdote prometa lo que es incapaz de cumplir. Se conocen muchos seminaristas que en su camino a la ordenación se tocan lo que tienen entre las piernas y deciden cambiar de rumbo. Esa si es una verdadera clase de sensatez.

Los sacerdotes y monjas, son personas comunes y corrientes que mordiéndose los labios para evitar el ruido asumen su sexualidad de manera silenciosa y oculta entre las celdas de los monasterios, parroquias y sacristías a través de “malos pensamientos” que crean discretas masturbaciones que conllevan a las arcaicas y permanentes flagelaciones generadas por la culpa. Culpa que no padece Benedicto, de eso estoy seguro.
Incumplir el celibato por la tentación de un hombre o una mujer, no salva al Padre Alberto, ni mucho menos lo exime de la falta cometida. El debate debe generarse entre la elección de una de las siguientes dos afirmaciones. Una, culpar al Cura Alberto y al resto de los amantes de la pedofilia purpurada por sus fallas para salvar las normas de Benedicto y sus secuaces. La otra, aceptar que el sacerdocio es un oficio al igual que el del lechero, conductor, contratista, político, que sudan, caminan, les da hambre, orinan y van al baño, para iniciar la transformación de la Iglesia, y posibilitar eliminar el ortodoxo celibato que nunca se ha cumplido. Amén.