Los recientes hechos de corrupción que han escandalizado a los medios de comunicación y que por desfortuna nuestra no son nada nuevos en el país, evidencian una vez más la realidad de la política y la sociedad colombiana.
Lo peor radica en que cada intento de acabarla pareciera la fortalece más. Y eso no es porque sea invencible, sino porque cómodamente hemos permitido que sean los mismos corruptos los que tienen la tarea de acabar esas prácticas.
Esta vez, como sacada del sombrero (y lo digo porque cada que hay un hecho que escandalice a los medios aparece) vuelve a boca de todos la necesidad de una asamblea constituyente, el conejo de los congresistas.
El asunto, y todos lo sabemos, solo requiere que las leyes que hay se cumplan a cabalidad, sin generar más remiendos a una ya bien aporreada carta constitucional, que en sus pocos años de vida ha sido reformada, re-reformada y deformada y con cada uno de los remiendos el país tiende a deprimirse más.
La solución es más sencilla aún, no votemos, porque aun cambiando el nombre de los electos detrás de ellos estarán los mismos, los verdaderos poderosos, los dueños del país, los empresarios que con sus fuertes tentáculos han permeado todas las esferas del Estado, los que alimentan con sus jugosas cuentas bancarias la corrupción.
La verdad es que la corrupción no es nueva e igualmente viejas son las soluciones que se plantean para acabarla. Se ha repetido por miles de columnistas: mientras sigamos eligiendo (los mismos), las cosas seguirán iguales.
Ahora bien, también es cierto que a gran parte de la población colombiana parece no importarle que unos cuantos se sigan adueñando del país y que la indignación que dice haber por los más recientes casos, solo lo es en la medida en que los medios de comunicación lo manifiesten, medios que lo que realmente buscan es la pauta publicitaria o los contratos de algún tipo, y cuando aparecen, esa indignación es presa de la amnesia histórica de los colombianos.
Colombia requiere soluciones de fondo, pero ellas nunca saldrán de las mismas viejas prácticas politiqueras y leguleyas, ni de los mismos anquilosados dinosaurios que ejercen el poder y que tristemente sentencia Charlie García: “no desaparecerán”.