Por Carla Ospina
Odiaba el 16 de diciembre porque cuando era niña y estaba en vacaciones la tía solterona llamaba a las seis de la mañana a gritar Aguinaldo, Aguinaldo. Yo todavía dormida no entendía quién le tenía que dar a quién.
Pero el domingo llamé a varios “fletes” a gritarles: Aguinaldo, quiero un trío; Aguinaldo, quiero que vamos al curso de tantra; Aguinaldo, quiero hacer la pata de nochero. En enero les cuento si me dieron todos o me dieron todos los aguinaldos.
Los únicos regalos que uno recuerda son los que sorprenden: qué tal si este año hacen un esfuerzo de la imaginación y no dan la cartera que quiere o las gafas de sol que necesita, o medias, me acaban de decir en la oficina que las esposas les regalan medias (¿medias para que se les vea más bulto?); si no algo diferente, no para morirse sino para venirse.
Dense la pasadita por un sex shop (hay en varios centros comerciales) y, aunque la tía soltera quisiera el nuevo muñeco hiperreal de 8 mil dólares, le pueden comprar un huevito sencillo (se volverán el sobrino favorito). Compren aceite de chocolate o jazmín para masajes, revisen que no se seque o absorba muy rápido porque no alcanzarían a sobar/frotar/tocar lo suficiente.
Si su espíritu conservador no les permite entrar a un sex shop, compren lingerie, ropa interior sexy y de calidad nunca sobra, piensen en colores como el azul oscuro o el vino tinto. Y aunque alguien les diga que es un regalo más para ustedes que para la compañera, no sean tan pendejos porque uno también disfruta verles la cara de deseo cuando uno sale radiante y sensual en encaje y tacones.
Si la mamá les hace las compras, les tengo también una opción: sábanas de satín, le dicen que es porque tienen urticaria. Y no, no es mañé ni incómodo dormir en sábanas de satín, aunque uno casi nunca desperdicia unas sábanas de satín, durmiendo. Quedamos en que había que dar un regalo que sorprenda.
Inviten a Ibiza o a 3D, no a España ni a película con gafas, sino a los moteles, aunque ya tengan casa, aunque ya la hayan terminado de pagar, qué importa. Moteliar es un verbo que se vale conjugar siempre. Recójala en el trabajo y se la lleva toda la tarde, o cuando lo veas, entrégale tus panties en la mano y le dices que se van de tardiada. Se vale “robarse” al oficial porque una feliz Navidad merece final feliz.