“El último y nos vamos”, “la puntica no más”, “voy llegando”, “el tráfico en esta ciudad está imposible, no hay por donde andar”, “se varó el metro”, “trabajo hasta tarde”, “salgo con las amigas”,” viaje de trabajo”, “¿le vas a creer más a lo que piensas que viste que a mí?”, “ya creen que trabajamos las 24 horas”, “se descargó el celular”. Estas entre muchas otras son expresiones que están en la “punta de la lengua”, para sacarnos de un apuro.
Las excusas son tan comunes como variadas y algunas superan el mundo de la lógica y la realidad alimentando el catálogo de historias fantásticas que es nuestra cotidianeidad.
El asunto con la excusa es que es un instrumento que camina por el delgado hilo de la satisfacción completa del receptor o su agravio absoluto: no me creás tan… y ahí el excusado empieza a “gaguear” y a excusar su excusa y el propósito inicial se va al traste.
Algunas excusas trascienden la fantasía y la realidad y se quedan en el absurdo de la discursiva, éstas las usadas por políticos y dirigentes del país del “sagrado Corazón de Jesús”.
Absurda, descarada, atrevida, califique como usted quiera la excusa del almirante Evelio Ramírez para justificar que tres lanchas de la Armada Nacional de Colombia aparecieran abandonadas en territorio venezolano en poder de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
La creatividad de los militares colombianos, que demostraron ser unos magos en estrategia militar pero un absoluto fracaso en la inventiva literaria, les dio para atinar a decir que las lanchas habían sido arrastradas por el río Meta (¿a quién se le va ocurrir amarrar una embarcación?) en un descuido de los responsables de ellas. 14 miembros de la fuerza marina fueron retirados por descuidados.
Las lanchas, dos artilladas y una de transporte de tropas, desaparecieron de su embarcadero el pasado sábado 9 de mayo y han dado para un mar de especulaciones, sobre todo si se tiene en cuenta que la travesura del río Meta se dio en el contexto de la desarticulación de un intento “rambotesco” de desestabilizar al gobierno del vecino país.
Todo esto adornado con las declaraciones de unos y otros que apuntan a decir que los rambos que intentaron entrar a Venezuela habían estado en Colombia entrenándose y organizando la cinematográfica incursión.
Las explicaciones que el gobierno colombiano tiene que dar con relación a los dos sucesos tienen que ser un poco más elaboradas, aunque cierto es que la mitad del país le cree al gobierno del incapaz, es necesario un poco más de respeto, “que no nos crean tan…” y se esfuercen un poco más en la elaboración de una excusa creíble para la fantástica historia de la desaparición de las lanchas.