En un momento crítico para la política colombiana, el presidente Petro enfrenta no sólo decisiones de gobierno desequilibradas, sino también cuestionamientos a su salud mental, además de la poca disposición a ser asesorado en la soledad del poder. La absolución del expresidente Uribe, la inclusión de Petro en la “Lista Clinton” y la caída de la izquierda frente a la derecha, marcan una coyuntura que exige reflexión y responsabilidad.
El presidente Petro exhibe actitudes que exceden los límites de un liderazgo saludable y responsable.
Su insistencia en proclamarse “dueño del discurso”, además de pretender controlar cada decisión hasta niveles menores e imponer sus deseos sin espacios de asesoría, reflejan una evidente megalomanía, un trastorno de personalidad que se caracteriza por la obsesión delirante de grandeza y omnipotencia.
Cuando el líder actúa como si el mundo girase sólo a su alrededor, la gobernabilidad se resquebraja.
La mitomanía, esa tendencia a sobrevalorar los propios logros y de inventarse lo inimaginable, aparece en varios episodios recientes. Las promesas de transformación radical, “el país de la vida” cuando los “elenos” y las disidencias de las Farc tienen azotadas algunas regiones del país; las atribuciones de victorias inexistentes, como el cese al fuego entre Gaza e Israel, y, la mejor, creer que posee una comunicación grandilocuente como se lo manifestó al lambón de Hollman Morris en una entrevista de la RTVC.
Al mismo tiempo, la egolatría se manifiesta cuando todo se reduce a “yo ordeno, usted obedece”. La política pública se torna en un escenario de espectáculo personal más que de servicio ciudadano, y, en ese escenario, la salud mental del presidente, aunque no se haya diagnosticado, queda expuesta ante la opinión pública.
Este estilo liderado por el ego llegó al punto máximo este martes 22 de octubre durante un consejo de ministros.
Petro reprendió públicamente a la ministra de Vivienda por la baja ejecución en acueductos y agua potable, acusándola de no haberle informado directamente y subrayando que “usted tiene un presidente y eso le ocurre porque no se lo dijo al Presidente”. Luego despidió en vivo al viceministro de Aguas con la frase fulminante “Se acabó, no va más”.
Esa puesta en escena de un mandatario que amonesta y descarta como si se tratara de un espectáculo de poder genera alarma, gobernar no es reprimir al gabinete frente a las cámaras, sino establecer dirección, diálogo y contrapesos.
Lea: CARLOS ANDRÉS TRUJILLO NO VOLVERÁ AL SENADO, PERO PREPARA SU REGRESO AL PODER EN ITAGÜÍ
Al mismo tiempo, la escena política nacional mostró otro impacto sísmico: la absolución de Álvaro Uribe Vélez por parte del Tribunal Superior de Bogotá que revocó la condena por soborno y fraude procesal en primera instancia.
En su comentario al fallo, Petro acusó al tribunal de “tapar la historia de la gobernanza paramilitar en Colombia”.
La derecha festejó el fallo, la izquierda se estremeció. En medio, Petro se encuentra cada vez más aislado, la exoneración de Uribe fortalece al uribismo y a la derecha, mientras la coalición de la izquierda languidece.
En el escenario internacional, otro golpe amenaza la gobernabilidad colombiana, el anuncio del senador estadounidense Bernie Moreno de que Estados Unidos podría incluir a Petro, a su familia y a sus allegados en la “Clinton”, una lista de sancionados por la Oficina de Control de Activos Extranjeros.
Esta medida implicaría congelamiento de activos, restricciones financieras, daño reputacional y un golpe casi letal al acceso internacional lo que significaría para Petro, una embestida diplomática, una trama que mina su legitimidad que erosiona la soberanía del gobierno y deja al país vulnerable a presiones externas.
Políticamente, el panorama es más oscuro para la izquierda. En una temporada electoral en que la derecha suma triunfos como el fallo a favor de Uribe, la coalición Pacto Histórico se enfrenta a una confusa consulta partidista o interpartidista programada para este domingo 26 de octubre.
Esa torpedeada consulta no es un acto formal, sus resultados marcarán la proyección de la izquierda para el Frente Amplió en marzo y primera vuelta presidencial en junio de 2026.
Si la movilización es baja, la señal será clara, la izquierda perdiendo su supuesta base electoral, además de la capacidad de renovar liderazgo, impulsados por un Petro que no está en sus cabales, y, que, en vez de sumar, resta.
Petro, desgastado, parece que no tiene asesores sólidos ni una estrategia de salvamento. Está solo en lo poco que le queda del poder. La soledad del presidente es tangible, se ha ido quedando sin pares confiables, hecho que lo convierte en un ejecutivo a la deriva.
Los problemas estructurales acumulados, la crisis económica y la polarización no admiten reproches públicos, requieren gestión, acuerdos, equipo.
Ahora puedes seguirnos en nuestro WhatsApp Channel
Las implicaciones para Colombia son múltiples para la recta final del gobierno. Por un lado, el impacto reputacional, ser sancionado por Estados Unidos o estar bajo amenaza de serlo reduce la inversión, aumenta riesgo en el país que lo deja en la periferia de las relaciones internacionales.
Al interior de Colombia la arbitrariedad, la falta de contrapesos y la exaltación del ego presidencial erosionan la credibilidad democrática.
En lo electoral, si la derecha capitaliza, como lo hará, la absolución de Uribe y se posiciona como fuerza renovada para el 2026, la izquierda podría quedar relegada a un papel secundario.
Los últimos episodios del Petro, resumen, quizás dolorosamente, un patrón: la vanidad que busca protagonismo, megalomanía que despliega poder sin límites, mitomanía que idealiza logros, egolatría que exige obediencia y una salud mental comprometida que se encierra en el yo.
La política colombiana no necesita otro espectáculo, necesita seriedad, institucionalidad y humildad, lo que no pudo entender el presidente Petro porque ya es demasiado tarde…
Visítanos en nuestras Redes Sociales