Marzo elige congresistas, mayo promete presidente en Colombia y, entre una fecha y otra, el país asiste a un ritual conocido: sonrisas, ensayadas, indignaciones selectivas y principios tan flexibles como el calendario electoral. Todo, por supuesto, nada personal…
En marzo próximo llega con la solemnidad del trámite y la épica del interés propio. Se vota Congreso como quien renueva una suscripción sin leer términos y condiciones.
Los aspirantes juran amor a la patria mientras calculan cuántos votos cuesta cada promesa y cuántos favores caben en una curul. No es ideología, es logística, no es vocación, es ubicación. Algo muy personal, diría el cantautor.
En campaña, la moral es un accesorio intercambiable. Hoy se denuncia con vehemencia lo que ayer se firmó con entusiasmo.
Los discursos hablan de “renovación” mientras los apellidos se repiten con puntualidad hereditaria. El país escucha, asiente y sigue, porque en esta coreografía todos saben el paso: señalar al otro, absolverse a sí mismo. Nada personal, es política.
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El Congreso que se elige en marzo es el vestuario del espectáculo de mayo. Allí se cosen mayorías, se planchan alianzas y se guardan las tijeras para cortar promesas incómodas.
Los que ayer fueron rivales hoy se tratan de “doctor” y “colega”. Los principios, como los himnos de campaña, cambian de tono de acuerdo con la orquesta.
Mayo trae la ópera grande: la Presidencia. El país se divide entre salvadores y victimarios de turno. Todos prometen orden, justicia y prosperidad, pocos explican el “cómo” sin recurrir a un enemigo abstracto. Se ofrece futuro en cómodas cuotas de aplauso. Algo personal: ganar.
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El bipolar votante, por su parte, alterna entre esperanza y cansancio. Sabe que la ironía es un mecanismo de defensa y que la memoria es corta por supervivencia. Aun así, vuelve a la fila, marca el tarjetón y espera que esta vez el estribillo cambie. No por ingenuidad, sino por terquedad democrática.
Así transcurrió el 2025 y así será el 2026: marzo arma el tablero, mayo mueve las piezas mientras el país canta bajito para no perder el humor, porque aquí, cuando se trata de poder, casi todo se explica con una frase: no es ideológico, no es programático, es algo personal.
ALGO PERSONAL
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