jueves, marzo 28, 2024

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VICISITUDES EN TRANSPORTE PÚBLICO

retenes-navidad-los-angelesReconozco que cuando me impartieron la sanción no la vi tan grave. Sí, la sentí demasiado exagerada y si se quiere injusta, ya que en mi vida de conductor que sobrepasa los 20 años era la primera vez que me “partían” y no precisamente por de buenas, sino porque me sé respetuoso de la norma (aunque ya lo dudo).

Aquel viernes 12 de septiembre de 2014 cuando fui al tránsito de Caribe a reclamar mi vehículo inmovilizado la noche anterior no tenía la más mínima idea de lo que se venía. Lo peor además de la sanción de tres años sin licencia, de los cerca de $4.000.000 que vale la multa (si no apela, porque si lo hace empieza a comer intereses, que creo es más favorable deberle a un pagadiario), y digo lo peor no es eso, es el trato de criminal que le dan a la persona que incurre en la violación de la norma.

“Usted es de los borrachitos del jueves” fue lo que me dijo la inspectora de la mesa 39, cuando después de más de dos hora de espera me acerqué a preguntar por la audiencia y pude cerciorarme que ya había pasado. Ingenuamente saqué a relucir mi impecable hoja de vida como conductor, pensaba que si a alias Popeye criminal confeso de más de 250 homicidios le habían hecho una rebaja de pena y estaba a punto de salir de la cárcel con un contrato millonario con una editorial que le publicaría su libro, a mí que (y tengo testigos) me había tomado dos míseras cervezas, mientras degustaba un plato de comida con una amiga a la que cortejaba y que no me dio ni la hora, me harían también una rebaja.

¡Iluso, se requiere ser más que buen ciudadano para gozar de la misericordia del Estado!.

Pero vuelvo. Hasta ese momento quedarme sin vehículo no era tan grave, pagar la multa tampoco, de alguna manera habría que sacar el dinero para hacerlo, incluso el tema se volvió elemento de chistes y burlas en el círculo de amigos. No vendí el carro inmediatamente y esporádicamente lo conduje para algunas vueltecitas incómodas de realizar en transporte público. Pero la culpa me pudo y me vi en la imperiosa necesidad de venderlo y evitar así la tentación de conducirlo.

La cosa no había sido tan grave hasta ese momento. Los lectores de mi columna saben que he sido un defensor del servicio masivo de transporte, ante todo he defendido mi tesis de que es la única solución para la movilidad de las grandes ciudades. Pero predicar desde el púlpito es muy fácil, pontificar desde la suavidad del sofá analizando el tema del embotellamiento es muy cómodo. Una cosa es eso y otra tener que subirse al metro o al bus a una hora pico, con un morral en que reposa grande y estorbosa una raqueta de tenis y toda la indumentaria para hacer una clase o jugar un partidito. “sacale el cuerpo a la hora pico, madrugá más”, me dije mientras intentaba abordar el transporte.

Pero hay peor. Por lo menos en metro o metro plus se llega, estripado, manoseado, impregnado del fuerte olor de un perfume dulce, (los cuales deberían estar prohibidos en ciertas horas del día), o con el recuerdo vivo de los paseos de escuela traídos a la mente por el aroma a huevo cocinado, o salchichón frío de la moga de los trabajadores que más que eso son compañeros de infortunio y que uno carga a la altura de las costillas sin poderla degustar más tarde.

Por lo menos se llega, porque a los que tenemos que esperar un Circular, una ruta Comercial hotelera o de la Salud, sólo nos queda llenarnos de paciencia y acudir a todos los santos para que el próximo que pase tenga la bondad de recogerlo a uno y eso sí, esperar que ellos cumplan la ruta porque a partir de ciertas horas “ya no voy por allá” ¿y la autoridad?

Que se detengan ya es un acontecimiento, se monta o lo montan, “en seguida le devuelvo”, busquen la salida por la puerta de atrás, “la registradora no devuelve” ¿y la autoridad? Eso para los que tienen puerta trasera, porque los que no, son una trampa completa, y el timbre ya todos lo tienen en la puerta de salida, es decir cuando toque el timbre se está es bajando, si no quiere caminar dos o tres cuadras más.

Sería un poco menos duro si en la complicidad de unos audífonos se pudiera oír lo que a uno le gusta, pero no, suplicio de Tántalo, “Tropicana te mueve”, “-¿qué estás haciendo? -¿ yo? escuchando Olímpica” o los raperos que al ruido de una pista disonante ponen a escoger a los viajantes entre escucharlos y pagar la vacuna o ser asaltados y no en su buena fe, en algún momento “prefiero subirme a los buses a cantar que estar parado en una esquina pendiente de lo ajeno”.

Tarde me di cuenta que la verdadera sanción no es la retención de la licencia o el pago de los 4.000.000 sino la condena a tener que utilizar el servicio público de transporte masivo.

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Adolfo Ospina
Licenciado en Educación Español y Literatura de U de A, apareció hace unos 4 años a este proyecto. Especialista en pedagogía de la lengua escrita de la Universidad Santo Tomás, Ambientalista y defensor de los derechos de los animales, peor que Vallejo.