Colombia es un país que puede con todo. Pasamos de los sueños más fascinantes, a las realidades más atroces. Hemos sido considerados el país más alegre y al mismo tiempo, a sólo un botón, con el cambio de canal, nos damos cuenta de la violencia que literalmente aniquila nuestro país.
Como en un cuento absurdo, no sabemos nada, si somos ricos o pobres, infinitamente alegres o condenadamente miserables, hoy somos la despensa alimentaria de la humanidad y mañana, como por arte de magia, miles de niños mueren de hambre en nuestro territorio. Tenemos ríos, montañas y valles que hemos cambiado por carbón, oro y otros minerales que nos llevarán a la perdición.
Hace apenas un par de años extraíamos un millón de barriles de petróleo al día, hoy ni siquiera tenemos para abastecer el consumo interno. Ayer teníamos energía eléctrica para exportar a toda Latinoamérica y hoy tenemos que importarla del Ecuador, país al que ayer mirábamos por encima del hombro porque según los medios es gobernado por un dictador que atropella la libertad de expresión, pero que hoy a razón de la conveniencia, se ha convertido en nuestro mejor “amiguis”.
Es inconcebible para un gobierno que un país que se dice rico en energía eléctrica, que sólo hace unos meses tenía la capacidad de solventar el mercado nacional e internacional, hoy tenga que recurrir a la importación de ese producto por la incapacidad de planeación, la improvisación y la prepotencia.
No hay argumentos que esgrimir para justificar dicha ineptitud, ni el fenómeno del niño, ni el incendio en la central de Guatapé, ni el robo de las centrales térmicas, nada, nada justifica que Colombia tenga que someterse siquiera a la zozobra de un apagón.
Hace apenas un par de décadas, el país sufría un intenso verano que produjo un apagón bastante costoso, era la presidencia de César Gaviria, cuyo ministro de Relaciones era el hoy primer mandatario Juan Manuel Santos. No aprendieron, no aprendimos, sólo 24 años después pareciera nos vemos abocado a unas consecuencias iguales.
¡Qué Colombia! Fue capaz de parir en su suelo a excelsos personajes que nos han tenido en la cumbre de la ciencia, la medicina, el deporte, la literatura, pero al mismo tiempo fue incapaz de engendrar alguno, siquiera uno, que la administre bien. Hemos estado en manos de políticos poderosos y ególatras que nos llevan de aquí para allá a la deriva y sin timonel y que responden a sus caprichos como si el país fuera un juguete que tirar cada cuatro años.
¡Qué Colombia! En su suelo yacían las riquezas que han alimentado las arcas de millonarios nacionales y extranjeros, mientras por su suelo transitan, desnudos sus nativos, buscando la caridad de los primeros.
Si algo de vergüenza les queda a los delfines dirigentes deberían renunciar para evitar que su ineptitud nos siga hundiendo en este abismo negro en el que día a día nos vemos sumidos.
Si algo de vergüenza le queda al pueblo colombiano debería cambiar de una vez por todas el rumbo, decretarnos abstencionistas, o votar por otros, incluso el embolador, el actor o la pesista, que por poco que sepan de administración no podrán equivocarse de manera peor.
P.D. Hace más de un mes publiqué una columna titulada “LA TATARABUELA”, solicitándole a la autoridad pertinente tomara medidas para salvar una gigantesca ceiba que en las afueras del Jardín Botánico se muere por la insolencia de los medellinenses. Hasta ahora el llamado fue infructuoso.