El exagerado crecimiento poblacional de las ciudades modernas ha causado un alto grado de inconvenientes a la calidad de vida de sus habitantes: grandes niveles de contaminación, dificultades para la movilidad y elevados índices de desigualdad, entre otros son las epidemias de las urbes en la actualidad.
La realidad es que mientras no dispongamos de un cambio de estructura mental (lo planteo “pepe” Mujica), además de la voluntad de empresarios y del Estado, muy al contrario de mejorar, estaremos hundiéndonos cada vez más en un hueco sin salida.
El asunto es de todos. Todos somos culpables y todos parte de la solución, ricos y pobres debemos aportar esfuerzos y el Estado tendrá que ser el articulador para que no caigan en la caneca de basura los aportes que en algunos casos serán sacrificios.
Pensar por ejemplo una ciudad con menos vehículos sólo es posible en la medida en que haya un muy buen sistema de transporte masivo, que sea cómodo, económico y ofrezca un alto índice de cubrimiento. Pero adicional a guardar el carro, que para muchos sería una tortura completa, se requieren opciones reales que mermen la contaminación de las industrias y medidas tributarias que premien o sancionen el actuar de las anteriores.
De lo contrario tendremos que habituarnos a medidas poco populares, a las que por desgracia se han acostumbrado en ciudades como la Capital mexicana, por ejemplo, donde gran parte del año tienen restricciones de actividades físicas en la mañana, pico y placa extensos. Acciones que han llamado de contingencia, como las que acabamos de pasar en Medellín.
Un factor adicional que no debe pasar desapercibido es que mientras sea el ego de los gobernantes la razón que prima en las decisiones de ciudad, estaremos perdidos, y desgraciadamente Colombia está llena de megalómanos que piensan que antes de ellos no hubo nada y nada seguirá después.
