viernes, julio 26, 2024

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EL ENCANTO DE UN TAL PETRONIO

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La famosa brisa caleña aparece refrescando la tarde y con ella los olores de una de las comidas más sabrosas de Colombia. En el ambiente se siente la alegría y la tradición.

Al ingresar los olores toman formas. Pescados, jaibas, pianguas, langostinos, langostas y el coco se revelan como tentadoras provocaciones, todas envueltas en el aroma de la sazón del Pacífico. Acompañando la comida, innecesariamente, conjuntos musicales interpretan ritmos tradicionales de la región.

El almizcle racial es un paisaje urbano espectacular: negros, mestizos, indígenas y blancos, comparten el espacio en completa armonía, pero son los primeros, los anfitriones, los que bellos engalanan el recinto.

En seguida, dispuestos como pousse-café están los licores artesanales. Viches, tumbacatres, arrancatangas, vinetes hacen parte de las tradiciones de la Colombia más occidental. La fiesta está dispuesta, los violines caucanos han empezado a sonar, los cununos y tamboras hacen hervir la sangre, guardia de honor para su majestad la marimba de chonta. Ha empezado el Petronio Álvarez, el festival de música del Pacífico colombiano.

La organización impecable, seguridad, tranquilidad, hermandad y alegría son las características de un evento que a ojo de un pesimista calculador puede reunir a más de 30 mil personas por noche, que dispuestas forman improvisadas coreografías, 30 mil pañuelos blancos que invitados por la “cantaora” forman una nube que se contonea al ritmo del bambuco viejo.

Para un paisa que acaba de vivir la feria de las flores, el Petronio es una cachetada. Todo es gratuito, en concordancia con la filosofía del evento, organizado y vivido en su mayoría por los pobladores de una de las regiones más abandonadas del país, solo disponen dos espacios especiales, uno para los adultos mayores, que recuerda la importancia que para las comunidades tienen los abuelos y otro para los invitados especiales entre los que se destacan los artistas, el resto estamos al mismo nivel: somos iguales.

Pero el jolgorio, tiene un trasfondo político, el Petronio es un acto de resistencia cultural bien interesante. En unidad, raza, música y tradiciones buscan mantenerse en un país que indolente los ha relegado. Para simbolizarlo prescinden del capital de las grandes empresas licoreras y cerveceras, por ello allí no se consigue ni un aguardiente, ni un ron y menos una cerveza, tampoco una gaseosa, en su reemplazo, fresco, saludable, un jugo de borojó, de chontaduro o de naidí, el antioxidante natural más poderoso, dicen.

Como buenos cristianos, la cachetada en la otra mejilla nos la dio la temática musical, la mayoría de grupos participantes interpretaron una pieza referente a la aceptación de las negociaciones entre el gobierno y las FARC, mientras escuchábamos, en la cabeza martillaba cómo en Medellín, en el contexto del festival de trovas, uno de los principales eventos de la feria de las flores, un trovador fue aclamado por la multitud cuando interpretaba versos en contra del proceso. Quizás tenga que ver con que el Petronio es realizado por y para una de las poblaciones más golpeadas por el conflicto, que han vivido en carne propia su crudeza.

Al final de las jornadas los kileles, imperdibles. Algunos espontáneos, otros programados alargan la fiesta, eso sí, alrededor del piano de la selva que con sus dulces acordes nos recuerda la cita pendiente con el Petronio Álvarez y la comunidad negra.

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Adolfo Ospina
Licenciado en Educación Español y Literatura de U de A, apareció hace unos 4 años a este proyecto. Especialista en pedagogía de la lengua escrita de la Universidad Santo Tomás, Ambientalista y defensor de los derechos de los animales, peor que Vallejo.