El taxi era conducido por un amigo, de esas persona extrañas con las que da gusto conversar, me contaba que después de 11 años de ejercer el oficio de taxista, no había perdido el placer de hacerlo, pero que eso sí, no lo haría nunca de día, “es que manejar en la noche me da mucho tiempo de pensar, a veces creo que demasiado”. En ningún momento argumentó el calor, los trancones o la competencia para evitar la jornada diurna, simplemente me dijo “me da mucho tiempo para pensar”.
Y es que sentarse en un parque a ver pasar la gente, caminar sin destino por el simple hecho de hacerlo, escuchar música toda una tarde sin ninguna pretensión erudita o tirarse un día entero en la cama sin darle explicación a nadie, son placeres que desgraciadamente han sido relegados y son castigados por la sociedad, así como manejar y pensar, sin afán económico.
Aquella tesis de que “el tiempo perdido lo cobra Dios”, nos ha condenado a “invertir” nuestro tiempo, incluso tenemos que hacer algo en nuestro tiempo libre, lo han llamado el ocio productivo, “¿te vas a quedar todo el día tendido en esa cama perdiendo el tiempo?” es una de las quejas más comunes.
Lo peor de todo radica en que en esa lógica productiva de la inversión del tiempo, ha caído la educación. El principal argumento de la Secretaría del ramo de Medellín, para imponer la jornada única en los colegios oficiales es que a los “niños, niñas (no es mi culpa) y adolescentes hay que tenerlos ocupados para que no cojan malos caminos”; los padres, también formados en el sofisma del tiempo productivo se inventan miles de actividades para que sus hijos no pierdan el tiempo: clases de inglés, “en la modernidad es fundamental una segunda lengua” “que aprendan a nadar es esencial para la vida”, “ojalá a mí de niño me hubieran metido a clases de…”
Y los pobres niños que en semana tienen que abandonar las cálidas cobijas a las 5:00 de la mañana, por aquello del transporte, los sábados y domingos parecen maratonistas corriendo de un lado a otro para llegar a sus cursos de “aprovechamiento del tiempo libre”
Nuestra sociedad producto de miles causas, se ha olvidado de lo que somos, de nuestra esencia, nos hemos olvidado de vivir por conseguir y en esa maquiavélica tendencia estamos educando a la nuevas generaciones.
El sabio “Pepe Mujica”, (espero no ofenderlo por chapa tan vana), en alguna de sus conferencias sobre el consumismo planteaba que éramos ingenuos si creíamos que las cosas las comprábamos con dinero, que la realidad es que todo lo deberíamos tasar en términos de tiempo, haciendo alusión a nuestra errónea concepción de su uso.
Si la educación le ofreciera a las nuevas generaciones, formadas en la necesidad del dinero fácil, que ha cambiado los valores del esfuerzo y la responsabilidad, por los del oportunismo y el facilismo, un discurso que apuntara a retornar por la senda de las cosas sencillas y el disfrute de la vida por la vida podríamos pensar en un futuro diferente, pero mientras sigamos manejando el discurso de la competencia (en el sentido amplio de la palabra) y la productividad como ejes de la pedagogía colombiana las cosas seguirán iguales, y eso es grave.