Después de casi 16 años volvía a las urnas, convencido estaba que esta vez el abstencionismo, posición política que he defendido desde entonces, no era una opción válida para lo que estaba en juego. Tener la posibilidad de decirle al conflicto con el que nací que listo, que ya era hora de que se acabara, que el momento histórico había llegado, me obligaba éticamente a participar de la jornada electoral.
Reiterar lo evidente es innecesario. Al escuchar los resultados, a mi mente, como aparición tenebrosa, llegaron los textos-presagios de William Ospina, cuando plantea que somos un pueblo sufrido, víctima de la insensatez y el oportunismo de los políticos de turno, de las familias dominantes que nos han tenido sumidos en la apatía, el terror y el masoquismo. Me negaba a creer que teníamos el gobierno que nos merecíamos. Hoy no puedo negarlo.
Hubiera preferido seguir sin entender el concepto aquel de las dos Colombias manejado por el escritor, cuando lo leí, entendía las diferencias geográficas, idiosincráticas y de desarrollo de algunas partes del país con otras, pero pensaba que no, que éramos uno sólo. ¡Qué dolor tan grande fue entenderlo! descubrí que no nos dolió Bojayá, que no nos dolieron las delicias, ni la toma a Miraflores, que son completamente mentiras nuestros ayes cuando dinamitan un oleoducto y se contamina un acueducto.
Haber sometido un acuerdo de la trascendencia del firmado en la Habana, al vaivén de las conveniencias políticas y económicas de un país electoralmente inmaduro, no pudo haber nacido sino del infinito egocentrismo del Presidente Santos. Así lo queramos negar más que un acuerdo por el desarme de las FARC-EP, en el plebiscito del domingo 2 de octubre se hizo un pulso entre el dominio tradicional del centralista Presidente y el afán desmesurado de poder del oportunista Senador Álvaro Uribe Vélez, contienda en la que muchos fueron manipulados por verdades a medias o mentiras miserables.
Insistentemente me he preguntado si existen acuerdos mejores o peores que superen la posibilidad de evitar una muerte más, una mina más, un atentado más, insistentemente me he cuestionado por mi miopía, que acepto, no me permite practicar deporte en las noches, pero que tal parece tampoco me permite ver la razón de la negativa del pueblo colombiano al desarme de un grupo guerrillero con el que por más de 50 años el Estado ha combatido y que es la excusa perfecta para la inoperancia y los malos gobiernos.
Según las declaraciones, las FARC-EP, increíblemente sensatas, han planteado el mantenerse en la mesa de negociación para continuar con la búsqueda de una salida pacífica al conflicto, sin embargo no podemos olvidar que el frente primero de esa guerrilla, en compañía de otros grupos, han manifestado su disidencia de las decisiones tomadas por el Secretariado y la elección tomada por el pueblo colombiano los fortalece.
Lo más preocupante de todo, incluso por encima de las inciertas reacciones de las FARC-EP, es la consigna que hace carrera de la necesidad de un “gran acuerdo nacional”, que suena a la instauración de un nuevo “Frente Nacional”, es decir “repartámonos la torta y démosle un pedacito a aquellos que no han comido del ponqué en los últimos 6 años”.
Esperemos que eso no pase, porque sería nefasto que después de 46 años (no es coincidencia los tiempos de las FARC y del Frente Nacional) aprobemos la sesión de poder de un color a otro, sin más requerimientos que el cumplimiento de cada periodo de gobierno.