viernes, julio 26, 2024

Lo último

Noticias relacionadas

MUJERES

Por: Héctor Hernán Gallego Rodríguez. “El Jardín Cerrado”. Guatapé.

Lo que hace difícil hablar de la mujer no lo constituye el que seamos solteros o casados o que abiertamente en la actualidad tras siglos de intolerancia e irrespeto por la diferencia algunos aboguen por el tercer sexo. Lo que en realidad hace difícil hablar de la mujer es nuestra insistencia soterrada, callada, inconsciente, incluso ignorante en la gramática, en la lógica. Siempre los partidarios de lo establecido no han tenido otra platea para juzgar lo dicho que el sí o el no, y con respecto a la mujer o eres feminista o machista ya sea que la vituperes o la exaltes, la quieras o la odies. No ha sido fácil, tampoco lo es hoy la convivencia. Son muchos los que anhelan entrar a ese gran tálamo blanco que es el matrimonio, pero igual número intenta salir. Los hay también tanto hombres como mujeres que tras ese primer encuentro han arrojado la copa al suelo y hoy huyen de todo contacto, de toda unión.

Dicen nuestras queridas mujercitas que estamos en una época machista y que los hombres somos todos infieles. Pero si uno se detiene y observa los centros del poder donde se lleva la sartén por el mango son muchas las mujercitas que ejercen esa habilidad y saben dar en la cabeza con el mismo a unos despistados subalternos; sobre todo en aquellos espacios donde se habla de arte y cultura. Con respecto a lo de que somos todos infieles, a no ser que no hayan podido alejar de la mente la historia de Sodoma y Gomorra, cada vez que un hombre realiza el acto es con una mujercita. Pero ellas, ni en el pensamiento, ni en los hechos lo son. No soy defensor de la ignorancia y violencia con que un gran número del género masculino trata a ese gran polo a tierra que es la mujer. Por un largo periodo de mi vida fui educador y debo confesar que en la mayoría de las veces me sorprendió la inteligencia de las mujeres sobre el varón, pero me parecía que esa inteligencia la echaban al cesto de la basura antes de salir de esos centros de educación; casi siempre en la mayoría de los casos esas inteligentes mujercitas terminaban de brazo del patán de turno. Parece que a todas les encanta que les hagan reír. De ahí su seriedad.

Sondeando esa mina de historias que nos brinda el trabajo Antropológico y Etnográfico encontramos grandes periodos de la historia de la humanidad en la que el matriarcado dominó sobre el mundo. Antes de que en nuestro cielo exclamáramos “padre” hacía siglos habíamos dicho “madre”; y antes de nuestra concepción de una trinidad masculina ya había pasado por el cielo de la tierra una trinidad femenina; los rituales órficos y la historia de muchos pueblos dan cuenta de ello. La madre, la gran diosa era la luna, así nació un calendario lunar de trece meses con veintiocho días cada uno: el ciclo menstrual de la mujer. La inmaculada, primera diosa de la trinidad, luna en creciente; la casta Artemis a la que las doncellas en Grecia sacrificaban sus largas trenzas antes de perder su virginidad; la segunda diosa de la trinidad, la madre propiamente dicha, la luna llena, luna grávida que era representada con el niño en sus brazos y la tercera la vieja, virgen del tránsito (no del tráfico) luna en menguante; diosa que con su advocación ayuda en nuestro paso al más allá. Tres y una sola divinidad, la madre, la luna. Durante este largo periodo del matriarcado en el cual el hombre no podía hacer reclamo de la paternidad- la mujer era promiscua-, hubo paz, nada de guerras y mucha prosperidad pero cierta tendencia innata atribuida a la mujer dio al traste con esta forma de producción: su gusto por los sacrificios humanos y la magia. Los poetas lo saben, el universo es femenino: la madre tierra, la madre, las terribles diosas del destino, las musas. ¿Qué ha pasado hoy? Mutuamente nos desangramos con nuestras concepciones que buscan instaurar la supremacía de un sexo sobre el otro olvidando que somos un complemento, que nos necesitamos, que nada somos en el cielo y sobre la tierra el uno sin el otro.

Conocemos los desmanes a los que se llega cuando el denominado machismo quiere instaurar sus banderas, una crueldad expresada en todos los niveles: el adorado premio nobel de literatura Juan Ramón Jiménez autor de “Platero y Yo” por miedo a la soledad no permitió que su esposa, quien sufría de Cáncer se alejase unos días de la Habana para tratarse en la cercana Miami; su casa atestada de periódicos y polvo, que no permitía tocar, el único lugar confortable que brindaba para su enferma esposa era el baño. La lista de atrocidades ocasionadas a la mujer por parte de grandes intelectuales es larga, similares padecimientos sufrió la esposa del celebrado compositor alemán Gustav Mahler. Pero el otro extremo es igual de terrible, cuando la mujer olvida su verdadero reino que es el de la relación y sedienta de poder se convierte en la devoradora de hombres en lugar de desarrollar su propia creatividad para ocupar dignamente el lugar al lado del rey como corregidora del lugar.

Como un pequeño homenaje hacia esas cenicientas del hogar durante su efemérides, trascribimos aquí una palabras de William Golding escritor Inglés:

“Creo que las mujeres están locas si pretenden ser igual a los hombres. Son bastante superiores y siempre lo han sido. Cualquier cosa que des a una mujer ella lo hará mejor. Si le das esperma te dará un hijo, si le das una casa, ella te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará una comida. Si le das una sonrisa, te dará su corazón. Engrandece y multiplica cualquier cosa que le des. Si le das basura, ¡prepárate a recibir toneladas de mierda!”.

Y de nuestro sin igual Fernando Gonzales: “Que hermosos animales hizo Dios al crear a la muchacha, que insuperables para el amor, desde hace días vienen perturbándome… pero que bobas para conversar y todo lo demás; animal insuperable es la muchacha”.

Artículo anterior
Artículo siguiente
Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.