Por: Héctor Hernán Gallego Rodríguez. “El Jardín Cerrado” Guatapé.
Aunque una inmensa mayoría no logremos en vida, el contacto con lo Esencial, vivimos, así lo dicen los filósofos, en una comprensión de término medio del mismo. Es decir, nuestra idea de lo divino adviene a nosotros aunque en vida no accedamos plenamente a ello, porque allá en lo más recóndito de nosotros poseemos esa luminosidad. Así pasa con todo, por el hecho de vivir sabemos de la vida, del amor, de la muerte, de nuestro destino, aunque nunca nos preguntemos o indaguemos por ello.
Para los que a brazo partido luchamos a diario por tener una vida digna por medio del trabajo; la Semana de Pasión, constituye una pausa, un descanso, un liberarnos de las ataduras, de las jerarquías, de la división y duras asperezas que el trabajo nos exige y como en un cumplido sueño, tras guardar las herramientas del trabajo, retornamos al hogar, a la casa, a los nuestros, nos recogemos en lo más íntimo. Como tras un exilio voluntario, aeropuertos, terminales de buses, de las grandes centrales de trabajo, que caracterizan la vida de las ciudades, al iniciarse la Semana de Pasión se ven atestados de pasajeros; una inmensa mayoría se prepara para el retorno, para volver, para regresar a casa. Como si alguien nos dijese que ese tiempo santo que se avecina nos trae la promesa, tras meses de entregarnos a lo ajeno, de volver a lo propio, a lo que en realidad nos concierne, a nosotros mismos.
Pero, ¿de dónde nos viene a nosotros esa insistencia a hacer de esa semana, que la iglesia llama de Pasión, de dónde nos viene esa insistencia loca de hacer de ella una semana de fiesta, de “parranda santa” como se dice popularmente? Desde antiguo el llamado del tiempo sagrado nos liberaba de las propiedades y asperezas inherentes al mundo del trabajo: jerarquías, divisiones, especializaciones, proyectos; supeditación del ahora a actividades que ofrecen un rendimiento a largo plazo. Mundo de la seriedad, Por lo contrario el ahora del tiempo sagrado, el Hodie litúrgico, como una resurrección nos llama a volver a nosotros mismos y como si saliésemos de una tumba sonreímos a la vida, volvemos a lo nuestro, y a los nuestros; aun sí no lleguemos a salir de las ciudades, dejamos atrás la seriedad del mundo material y alegres más espiritualmente volvemos a un mundo que más nos llena, que más nos satisface.
¿Qué ha pasado con la sexualidad que en la antigüedad estuvo vinculada a lo sagrado, pues por medio de los órganos sexuales venía la vida al planeta?, ¿Qué ha pasado con ellos tras dos milenios de historia? La sexualidad en tanto actividad que rinde satisfacciones inmediatas, que implica la desnudez se ha visto relegada a la idealidad del amor de los corazones, o de las almas. La mística nos habla de la entrega al amado, y el alma en esa noche oscura del no saber busca al Amado. Pero la sexualidad loca, la que cabalga en la desnudez de los cuerpos, esa que se constituye en la pesadez de los mismos ya nada tiene que ver con lo sagrado. El cristianismo ha puesto en lo alto las banderas y a través de un estructurado monoteísmo nos informa sobre lo divino, sobre la divinidad, sobre lo sagrado.
Para gran parte de occidente es el Cristianismo quien convoca a la Pascua, a la Semana de Pasión. Desde aquél día en que un Melquisedec rey de Salem, hoy Jerusalén, recibió a Abraham a las puertas de la cuidad con Pan y Vino, los sacrificios humanos y cierta forma de violencia dejaron de ser parte de la formas con que se agradaba a Dios. Una religión mistérica, que apela más a la fe que a la razón, pulió sus aristas y se hizo más ideal como lo ha venido haciendo desde entonces.
Hoy nos llama a la Pascua, antiguo término hebreo “Pesah”, que significa paso, tránsito, salto. Para los judíos “paso” del Mar Rojo; para los cristianos “tránsito” de Jesucristo de la muerte a la vida; para los leídos un “salto” en su comprensión. Triduo Pascual, Viernes, Sábado, Domingo. Cristo muerto, sepultado y resucitado; Triduo considerado un solo día, un largo día donde se celebra el Jueves la instauración de la Eucaristía y la caridad como acción de servicio con el lavado de los pies; Viernes leño verde del árbol de la vida, levantado sobre la calavera del viejo Adán quien introdujo la muerte en la vida; Sábado Santo ausencia del señor, ocultamiento de su rostro y Domingo de Resurrección.
Pero es la Vigilia Pascual la que llena más decididamente las expectativas del creyente: Tras el ocultamiento del rostro del señor, tras su ausencia adviene propiamente la Pascua, el tránsito de la muerte a la vida. Cristo nuestra luz para siempre, la significación del Cirio Pascual, Jesucristo el Alfa y la Omega, principio y fin. Aspersión del agua bautismal, que quita los pecados del mundo y fin de nuestra orfandad; y a los cantos de “un sólo Señor, una sola fe, un sólo bautismo, un sólo Dios y Padre” se realiza la eucaristía más importante del año. Ha vuelto el “Hallelu- Yah” Alabanza a Iahvé silenciada durante la Cuaresma.
Un gran silencio llena esta época, ya se esté ante la inmensidad del mar, o en medio de los atareados pueblos o ciudades, más vacías que en otros días; o se esté en la inmensidad de la montaña; a todos creyentes o no creyentes al menos por un momento nos roza en esta época el pensamiento de nuestro tránsito, de nuestra inexorable partida. Es posible entonces que como al descuido lleguemos a preguntarnos ¿Será posible una resurrección para nuestras vidas?
Feliz pascua.