Indiscutiblemente la visita del Papa Francisco a Colombia la semana anterior fue una dosis alta de oxígeno al proceso de paz, sus discursos cargados de mensajes de reconciliación y perdón son abono para el terreno en que está sembrado éste.
Nadie puede negar el carisma del máximo jerarca de la iglesia católica, su amabilidad en el actuar y su sencillez y profundidad en los discursos han reducido las duras berreras impuestas por sus antecesores.
Es claro además, que el Papa Francisco ha revolucionado el pensamiento del Vaticano, con sus declaraciones abiertas, amistosas, incluyentes, tolerantes y de equidad, poniendo contra la pared a los radicales católicos que lo que han construido es una iglesia mojigata y en franco deterioro.
Con la presencia del Jerarca quedó también demostrado que todavía (peligrosamente) la iglesia Católica es capaz de mover grandes cantidades de personas, más de cuatro millones de asistentes a las misas campales así lo demostraron.
En cuanto a los legados de la visita se podrían enunciar gran cantidad, sin embargo el más notorio es indiscutiblemente el llamado fraterno hecho por el Jesuita a los colombianos, invitándonos a tomar una posición favorable y de apoyo al proceso de paz.
Es muy posible que las próximas encuestas muestren cifras que favorezcan la negociación del gobierno y las FARC, gracias a las palabras dichas por Francisco, y también es muy probable que los políticos oportunistas las utilicen (a las palabras) en las campañas electorales venideras.
Santos, el Presidente colombiano, exhibió su póker de ases con esta visita y demostró a la férrea oposición la unilateralidad internacional en cuanto al apoyo a la negociación con el exgrupo armado.
Supremamente positivo el paso del Papa por Colombia, aunque en los venideros días se empiece a cuestionar la excesiva inversión que no será más que patadas de ahogado de personajes que ven en ese discurso pacifista e incluyente un enemigo monumental.
