En junio de 1964, se adelantaba la operación militar denominada “Marquetalia”, una intervención que pretendía, en palabras del oficialismo, recuperar el control del Estado sobre algunos territorios llamados por el Senador Álvaro Gómez Hurtado, Repúblicas independientes.
La operación militar, al mando del Coronel José Joaquín Matallana, comandante del batallón Colombia, tenía como misión, además de consolidar el dominio sobre el territorio, acabar con un pequeño reducto de guerrilleros sobrevivientes de lo que entonces se denominó guerrillas liberales.
Los insurrectos se habían enmontado en los recónditos valles de Marquetalia en el sur del departamento del Tolima debido a las diferentes disputas que se habían generado después de dos amnistías decretadas una por Rojas Pinilla y la otra Alberto Lleras, ambas, idas al traste por la traición bien del gobierno, bien de grupos opositores a la paz, para huir del Gobierno de Guillermo León Valencia (Abuelo de la actual Senadora de Centro Democrático Paloma Valencia) y consolidar un proyecto político diferente.
Ese fue el punto de partida de lo que desde ese momento se denominaría las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), grupo que después de más de 50 años de violenta existencia fue transformado gracias a un acuerdo de paz que tres años después de firmado el actual gobierno pretende “hacer trizas”.
La historia se repite. Como sumidos en una trampa del destino, y después del, en apariencia exitoso operativo de desmantelamiento del proceso, viéndose traicionado, como seguramente se sintió hace más de 50 años Pedro Antonio Marín, cuyo nombre de guerra fue Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, hoy Iván Márquez, segundo al mando de la extinta guerrilla y jefe negociador del proceso por el lado de los insurgentes, declara el haber entregado las armas como un error histórico, y de alguna manera llama a sus copartidarios a retomar el camino que creyeron habían podido dejar atrás.
Del otro lado el jefe máximo de lo que otrora fueran la FARC, Rodrigo Londoño, asume que el camino de la desmovilización es difícil, pero igualmente es el camino indicado y en declaración epistolar toma distancia de su segundo, generando así una peligrosa sensación de inestabilidad tanto en las bases guerrilleras como en la ciudadanía que ayer pensamos tendríamos un país diferente.
La posibilidad de una refundación de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia es latente, el desconocimiento de lo pactado por el gobierno del incapaz, así como la ignominia de un gran sector de la población colombiana que subvalora lo acordado, es caldo de cultivo para un nuevo alzamiento en armas.
Por otro lado no es de desconocer que Iván Márquez es mucho más tropero que Timochenko y que por su historia en el grupo armado, puede tener gran ascendencia dentro de la guerrillerada.
A todo lo anterior hay que sumarle que otros comandantes, que no estuvieron tan metidos en el proceso han declarado su distanciamiento del mismo, lo que podría crear una base de comandancia fuerte en una eventual nueva FARC.
Un dato no menor es que son miles, según cifras oficiales, los exmiembros de la desaparecida guerrilla los que están engrosando las filas de los denominados grupos residuales, resultado natural en la finalización de un conflicto como el colombiano, pero que no puede desconocerse bajo ningún parámetro.
De tal manera pues que en ningún momento se debe menospreciar la actitud de Iván Márquez y mucho menos la influencia que puede tener en el posconflicto, bien para llevar el barco de la desmovilización a buen puerto o para hacerlo naufragar.