Hace 27 años, cuando ingresé a Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de Antioquia me inauguraron con una trifulca. Los capuchos, integrados por algunos compañeros que no excedían los 20 años de edad, protestaban por la invasión española: se conmemoraban los 500 años del descubrimiento de América.
La conmemoración fue digna de desorden, en comparación con los recientes sucesos y a las protestas de los años 70 no han cambiado en absolutamente nada. La dinámica belicosa entre capuchos y policía es la misma.
En octubre de 1992, resultaron heridos a bala, no solamente varios de los estudiantes con pasamontañas, sino también algunos noveleros que observaban con la boca abierta el tira y afloje de los unos y los otros. “¡Compañero mirón no te hagas el güevón!”, gritaban los capuchos en la calle Barranquilla…
Todavía se menciona cómo en una de esas trifulcas resultó calcinada una monja que no alcanzó a bajarse del bus urbano al que los capuchos le echaron candela.
La universalidad de la universidad pública, sin contar colegios universitarios, afronta, padece, asume y protesta para reclamar al gobierno de turno la solución de problemas sociales.
Por esos reclamos, integrantes de grupos armados irregulares de un lado y del otro, por décadas, han pescado en rio revuelto llevándose por delante profesores como Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur Taborda, Luis Felipe Vélez Herrera y Hernán Henao entre otros, sin contar estudiantes que fueron asesinados en corredores y aulas de clase de la Universidad.
Entre los 19 y 24 años de edad, en plena vida universitaria, llena de arte, cine, literatura, tertulias y amoríos, fui testigo también de trifulcas, marchas y protestas contra los gobiernos de César Gaviria, aculillado, arrodillado por Pablito, de Samper disminuido a la mínima expresión por el escándalo del 8.000 y del petardo e incapaz negociador del Caguán Andrés Pastrana, ¡protesta hasta el putas!…
Tres décadas después de haber pasado por la universidad seguimos viendo lo mismo, trifulcas y marchas en las que la clase obrera exige respeto y profesores garantías, mientras grupos de estudiantes, terroristas para Centro Democrático, héroes para sus simpatizantes y jovencitos con disfraz de revolucionarios para otros, reclaman al gobierno derechos a la educación, salud y empleo…
Contradictoria la protesta de “El Capucho”, pero el inconforme tiene que taparse la cara por miedo a las balas perdidas y las pocas garantías que otorga la mano negra del Estado que de manera particular y sistemática se hace el de la oreja mocha frente al asesinato de líderes sociales…
Todo polariza, máxime cuando a un Presidente incapaz, falto de credibilidad, de carácter y sin experiencia para liderar el país le tocó llamar a los líderes naturales de Cambio Radical y el Partido Liberal para asegurar en el Congreso la aprobación, por lo menos, de la Ley de Financiamiento, hoy Ley de Crecimiento Económico, en la que se camufla otra Reforma Tributaria con la que se pretende distraer las reclamaciones que hacen los organizadores del Paro Nacional.
Todo es caldo de cultivo, carbón para la hoguera que fortalece el Trastorno Afectivo Bipolar que padecen los colombianos, especialmente los que se “ilustran” con comentarios que circulan en las cadenas que reciben por Whatsapp sin contexto, sin historia…
Posturas encontradas fue lo que generó lo sucedido en inmediaciones de la U de A donde un estudiante de Educación Física con la cara cubierta sufrió varias heridas en su cuerpo generadas por la explosión accidental de un artefacto que tenía en su poder que posteriormente le causaron la muerte.
Para la mayoría de ciudadanos preocupados esa “obra de teatro” ese performance de vida, muerte y protesta ya no cautiva a nadie, ni a los medios de comunicación, y escasamente, lo único que genera son “me gusta” en redes sociales, porque de resto ese tema se volvió paisaje…