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¿Alcalde o faraón?

Opinión Periódico El Mundo, agosto 31 de 2007.

Por Juan José Gómez

El doctor Sergio Fajardo Valderrama, distinguido profesor que actualmente rige los destinos de nuestra ciudad, es un hombre lamentablemente muy difícil de admirar. No porque haya cometido actos contrarios a la moral administrativa o porque haya incurrido en abusos de poder.

Nada de eso. Pero sí por su extraña manera de gobernar, y por que «sin querer queriendo» ha creado o tolerado tan elevado nivel de proyección de imagen favorable, que ya se acerca peligrosamente a un culto a la personalidad completamente ajeno a la tradición de los alcaldes medellinenses, propio mas bien de un candidato en campaña que de un mandatario en ejercicio.

Tomemos como ejemplo las obras públicas que actualmente se ejecutan en el área municipal. No sé exactamente cuántas son, pero es evidente que no son una ni dos. Desde luego que no es reprochable que se adelanten desarrollos físicos que convienen a la ciudadanía. Pero ¿todos a la vez? Las vías, ordinariamente congestionadas por el intenso tráfico urbano, ya no son suficientes para el exagerado número de vehículos que transitan por ellas, bien sea que corresponden al tránsito normal o bien que hayan sido habilitadas para tratar de suplir las que han sido puestas fuera de servicio. Y el resultado es simplemente caótico: congestión vehicular permanente, accidentes de pasajeros y peatones, ruidos ensordecedores y polvaredas asfixiantes con su secuela de deterioro ambiental y una apariencia física que en algunos sectores hace pensar en un campo de guerra. Así se veía Medellín durante la pasada Feria de las Flores.

Los ciudadanos no pueden menos que preguntarse ¿es esto administrar? Si la ejecución de las obras estaba prevista, puesto que debe obedecer a un bien estructurado plan de desarrollo vial, ¿cuál es la razón por la que se dejó para última hora y con una implementación simultánea? Parece que al jefe de la administración municipal, ya con el sol a la espalda, lo atacó el desaforado afán de hacer y hacer para mostrar, sin pensar en las consecuencias negativas para la ciudadanía. ¿Se le olvidó, acaso, la herencia que recibió de su antecesor (y muy probable sucesor) que al final de su mandato dejó diseñados, financiados e iniciados varios programas de beneficio público que fueron inaugurados por el alcalde Fajardo como propios? Y ya que a este punto llegamos, ¿a qué se debe que nuestro burgomaestre haya demostrado tan virulentos e injustos sentimientos contra sus antecesores (léase antecesor), lo que le ocasionó una severa admonición pública (léase regaño) del decano de los alcaldes de Medellín y gobernadores de Antioquia, doctor Ignacio Vélez Escobar?

Es posible que la razón de estas sinrazones esté en el carácter arrogante del alcalde. A pesar de que en ocasiones muestra una imagen amable y hasta sonriente cuando se reúne con habitantes de los sectores populares o con los medios de comunicación, otra cosa muy diferente es observarlo y escucharlo en su «bunker» de La Alpujarra. Allí se presenta tal cual es: imponente, seco, superior a los simples mortales, en síntesis: un faraón de nuestro tiempo.


Y así hemos llegado a lo que implica el título de este artículo. El alcalde Sergio Fajardo en algunas de sus actitudes de mandatario se proyecta como si fuera uno de los soberanos del antiguo Egipto, tales como Snefru de la IV dinastía, de quien se dice que fue el constructor de la primera pirámide; Keops el de la mayor, o el mismísimo Ramsés el gran conquistador. Y a quien le quepa duda, que vaya al Jardín Botánico «Joaquín Antonio Uribe» y observe detenidamente la remodelación del antiguo orquideorama dispuesta por el ejecutivo municipal y encontrará que le recuerda el interior de una gran pirámide egipcia en versión siglo XXI. Si esta interpretación no le satisface, que se traslade entonces a la avenida Oriental y allí se topará con varias costosas y feísimas pirámides variopintas, que a mi juicio desentonan con la sencilla pero agradable tradición arquitectónica paisa, las mismas que denotan una ostentosa concepción del poder poco menos que faraónica. Por ese camino, nada raro será que el transcurso de este semestre la administración presente al Concejo Municipal proyectos de acuerdo mediante los cuales la quebrada Santa Elena se rebautiza con el nombre de quebrada El Nilo, el parque de Berrío cambia su nombre por el de parque Osiris, la plazuela Nutibara pasa a ser plazoleta Isis y la propia avenida Oriental se convierta, como en la entrada al palacio de Cleopatra en Alejandría, en avenida de las esfinges y de las pequeñas pirámides.

Y para completar la analogía faraónica, recordemos que en al antiguo Egipto los faraones, que eran reyes y dioses para sus adoradores, usaban los muros de los palacios y los templos para mostrar permanentemente su imagen a sus súbditos. Es que no disponían de la tecnología de la televisión que se emplea en nuestros días como es el caso de Telemedellín, a quien algunos guasones suelen llamar Telefajardo por la frecuencia con que ese canal abruma a los televidentes con la estampa de nuestro alcalde. Qué contraste tan evidente con el caso de Teleantioquia, el canal regional de propiedad del Departamento, que pudiendo ser usado por el gobernador Gaviria, quien además es miembro de la familia propietaria del periódico EL MUNDO, es moderado en el uso de esos medios de comunicación, como lo fue también el alcalde y gobernador Juan Gómez Martínez copropietario de El Colombiano. Son estilos, pero ¡qué diferencias tan marcadas y significativas!

Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.