En estos momentos en que la educación se ha convertido en el caballito de batalla del gobierno Santos, anunciando la necesidad de generar una revolución en el sector que nos ponga a la vanguardia en Latinoamérica en el año 2025, sería interesante generar una reflexión desde una perspectiva diferente a la mediática y a la de los resultados de las pruebas de medición.
Los líderes de los procesos educativos en Colombia no han dado la medida. A mediados de los 80, una reforma educativa eliminó de tajo del plan de estudio, la asignatura de historia, creando arbitrariamente, seguramente después de arduas investigaciones de los “genios” del ministerio, el área de ciencias sociales, en la que la geografía quedó siendo la materia preponderante y a la que a la vez, se le han cargado un sinnúmero de proyectos, todos relacionados con las ciencias sociales, que desplazan cada vez más el conocimiento histórico de nuestro país.
El resultado de una reforma de estas no se demoró. En Colombia, pocos conocen la historia nacional más que la gringa, (sin contar la del narcotráfico que se vende en la televisión como helados en las puertas de las escuelas) y de las dos se conoce muy poco. Pero el problema no es si se conoce o no, la verdadera consecuencia de una medida como esa, que creo no sea inocente, es que los colombianos hemos caído en un círculo vicioso, un remolino, que nos ha imposibilitado mirar para adelante, o para atrás.
Elegimos a los mismos, las políticas son las mismas y las reformas no son más que sofismas que distraen la realidad: creamos una constitución basada en derechos, completamente garantista, que día a día se ha venido desmontando a merced de los políticos de turno que son los mismos de años atrás, que son los nietos y los hijos de los presidentes que gobernaron con la constitución del 86, que crearon la del 91 y hoy intentan volver a deshacer lo hecho (un completo remolino en la turbulencia de un país en conflicto).
La reflexión, repito, origen de una verdadera reforma educativa, deberá apuntar a mejorar las condiciones de vida de los colombianos, no desde la realidad de los chilenos, o de los españoles, sino desde la realidad de los habitantes de este país que día a día se hunde más en el desinterés común y a los que como salvavidas los gobernantes nos arrojan flotadores que en materia y forma no son más que yunques.