Una vez más la mojigata sociedad colombiana desata un escándalo de proporciones extravagantes, ahora por la intoxicación con estupefacientes al parecer mezclados con el polvo de un extintor de incendios, de unos adolescentes y la lamentable y triste muerte de uno de ellos.
El motivo que escandalizó a los adalides de la ética social, los periodistas y los congresistas, no es tanto el consumo de drogas por jóvenes y adolescentes, sino que el suceso se haya dado en las instalaciones de un colegio público (oportunidad de atacar a la educación pública, que tiene tantos detractores y al gobierno Petro).
Fiscalía, bienestar infantil, secretaría de salud, que responden de manera acelerada al acoso mediático, buscan desesperadamente un culpable en quién depositar toda la furia que el deplorable hecho produjo en la doble moral nacional.
El consumo de estupefacientes en los colegios, no es nuevo, ni será la última vez, ni es un problema exclusivo de la educación pública, es más no es ni siquiera un problema natural de la educación. Es un problema de la sociedad. Y es tan grave cómo se quiera mirar. Las palabras que a continuación expondré serán motivo del desprecio y la censura de muchos, pero me someto e invito a la reflexión en torno a ellas.
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, reza el libro sagrado de los católicos y esta sentencia ha sido tan elástica como el tamaño de la culpa.
El consumo de drogas de todo tipo es un factor completamente normal en la sociedad colombiana y me atrevería a decir que en la mundial, un gran amigo confiesa que no consume “marihuanita” porque le genera delirio de persecución, sino sería compañera habitual. Grandes artistas de todas partes han encontrado en las drogas su musa inspiradora y para gran cantidad de jóvenes el acompañamiento de un “cachito”, una “rayita” o de una “rueda” puede ser el generador de alegría para una noche de rumba.
Lo que debería generarnos indignación, y mucha, es ver niños, jóvenes, adultos, hombres y mujeres, que consumen algún tipo de droga para soportar el frío o el hambre al que el sistema los ha sometido. Lo que debería invitarnos a pensarnos como nación es ver todo un departamento, como la Guajira, sufriendo de sequía porque los ganaderos y los cultivadores han desviado el río Ranchería para beneficio particular con la aquiescencia del gobierno local y nacional.
Lo que debería generar un escándalo mayúsculo es que por medio de redes sociales se invite a un acto religioso campal para celebrar el cumpleaños y pedir la liberación de un presunto paramilitar como el Quico Gómez.
Lo que debería ponernos en estado de alerta es ver cómo las autoridades pasan por el lado de las “plazas” (sitios de venta de estupefacientes), y no arriman más que a cobrar su parte y nosotros, que vemos, no hacemos más que tragarnos en silencio la indignación.
Lo que debería generarnos estupor completo es que para las próximas elecciones territoriales, más de la mitad de candidatos esté cuestionado por corrupción, nexos con paramilitarismo y narcotráfico y no sé qué otra cantidad de delitos y nosotros estemos pensando por quien votar.
Ojalá que por lo menos nos ruboricemos cuando el próximo 26 de octubre elijamos uno de los mismos y no porque vemos cómo un joven, en medio de la rumba y de la presión social de su grupo de amigos se fume un porrito.
Dolorosa es la muerte de un niño en las condiciones en que sucedió esa, pero también dolorosa es la muerte de un niño por el hambre o por la guerra o por el sicariato o por lo que sea.