La historia de los países latinoamericanos, y en especial de los Andinos, parece estar trazada por una disputa entre Tique y Némesis, en la que sin lugar a dudas la ganadora fue la segunda, desequilibrando su balanza hacia la mala suerte.
A la par de esa mala fortuna completada por el olvido al que nos sometió el Olimpo, una amplia tendencia hacia el masoquismo impera en sus habitantes, incluso para Freud sería difícil explicar esta “parafilia” histórica que nos impulsa a escoger, periodo tras periodo, mandatarios que nos dobleguen cada vez más, que nos lleven a los extremos del hambre, la ignorancia y la pobreza.
No es de un país, es de la mayoría de los de la zona, que impulsados por la habilidad de sus delfines gobernantes, y engañados por los manipuladores medios de comunicación, escogen, elección tras elección a los mismos, a los hijos de los mismos, a los nietos de los mismos, sin más cambios que el nombre del personaje, porque el apellido es el… mismo.
La cómoda victoria en primera vuelta de las elecciones presidenciales en el Perú de Keiko Fujimori, hija del dictador Alberto Fujimori, quien en 1992 cerró el Congreso de su país y que en su momento fue condenado por «autor mediato de la comisión de los delitos de homicidio calificado, asesinato bajo la circunstancia agravante de alevosía en agravio de los estudiantes de La Cantuta y el caso Barrios Altos», «peculado doloso, apropiación de fondos y falsedad ideológica en agravio del Estado» e “interceptación telefónica, pago a congresistas y compra de la línea editorial de medios de comunicación durante su régimen”, no deja más que sorprender. Aunque la Fujimori ha jurado que, en una eventual presidencia, no influenciará el judicial, es claro que su presencia en el ejecutivo será tenida en cuenta en las medidas a favor o en contra del exdictador.
Pero no pasa sólo allí, o a ellos. Nuestro sino es completamente igual al de los países vecinos, con una diferencia inmensa, en el caso de Colombia, la oligarquía, que ostenta el poder históricamente, ha sido muy hábil para poner fichas descartables en los momento más álgidos, con el fin de no verse manchada por algún acto que sea difícil borrar.
Luego, al estilo heredado de los colonizadores españoles, con espejitos, nos engañan: “la paz, acabar con la guerrilla, las carreteras de última generación, y las demás que usted quiera recordar”, para culminar así con el mayor grado de cinismo conocido: unas nuevas elecciones.