Por: Héctor Hernán Gallego Rodríguez
“Para que haya paz no basta con no querer la guerra. La paz auténtica supone coraje, un coraje superior al que se necesita en la guerra, es una expresión de trabajo espiritual, de poder espiritual. Y ese poder lo adquirimos cuando sabemos apagar dentro de nosotros el fuego rojo que allí arde y desprendernos empezando por las cosas propias, del odio y de la división que el odio trae consigo”.
Ernst Jünger. La Paz
Como en un encuentro de fábula y bajo el título de “leyenda”, en su libro “Elogio de la sombra”, el poeta ciego de Ginebra Jorge Luis Borges nos trae el encuentro acontecido al final de los tiempos, del alto Caín con su hermano Abel.
Tras comer en silencio a la luz de las llamas en una tarde sin nombre descubre Caín en la frente de Abel la marca de la piedra y “dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que fuese perdonado su crimen”.
A Caín el asesinato de su hermano lo sume en la errancia; él es el sin sitio, sin tierra. A él antes labrador, la tierra no le brinda sus frutos. Tras el fratricidio, el primero de los hijos, pierde el vínculo que otorga morada, cobijo, casa. Pero con remordimiento pide que se le borre su culpa. Abel el de manos puras, el muerto, le manifiesta que no recuerda el suceso: “¿Me mataste, te maté?”. Caín comprende entonces que su hermano lo ha perdonado, ha olvidado.
Quien vive resentido, quien constantemente recuerda, no vive el presente. No es sólo la víctima quien padece lo acontecido, el victimario mientras no busque el perdón otorgado por un más allá del recuerdo, por una nueva experiencia de vida lindante con lo trascendente, no traerá paz a sus días. Por ello se dice que la Paz sólo como contrato jurídico no se da, ha de contar como vinculo sagrado.
Caín y Abel símbolos para la humanidad de una guerra entre hermanos, una guerra civil, fratricida. En su “leyenda” el poeta nos sugiere para nuestro convulso ahora, una nueva experiencia que de remisión al obstáculo que lo libra de la errancia, de estar sin cobijo, a la intemperie, sin casa, sin tierra: El perdón, el olvido. Un olvido que activa, que revitaliza, que renueva, trayendo el perdón, la paz a nuestros días.
Pero este olvido recuerda al modo como en el pasado decimos que amamos a alguien y aunque ahora no está con nosotros y no le amamos con la pasión que nos hacía exclamar: “sin ti me muero”, a pesar de ello ahora le recordamos como un suceso que mientras duro lleno de alegría nuestra vida. Pero ya “olvidamos”. Y aunque con respecto a los temprano desaparecidos podríamos decir “No se angustie más allá del tiempo están los suyos”. Sabemos que al final de los tiempos toda Memoria caerá irremediablemente en el olvido.