Por: Carla Ospina
La historia comienza hace unos meses en una reunión de mujeres –algo tan trendy, y claro, hay que estar IN, siempre–, una a una explicaron que su última relación había terminado por infidelidades y que por eso ya no confiaban en los hombres. Pensé que la solución eran las relaciones abiertas, así que leí, busqué, pregunté a especialistas, interrogué a todos mis amigos; supongo que algunos pensaron que les estaba diciendo que abrieran sus matrimonios conmigo, pero ese es otro tema. El caso es que gracias a algún algoritmo llegó a mi pantalla una invitación: conversatorio sobre el poliamor. ¿What? ¿En Medellín? ¿En serio?
Llegué puntual, un vicio que puede ser molesto, y me senté a esperar en una mesa del tercer piso de Victoria Reggia, en el Parque de El Poblado, poco a poco la sala se llenó, cerca de ochenta personas querían saber del tema. Preguntaron cuántos del público tenían una relación poliamorosa, no alcancé a contar las manos levantadas, pero créanme no eran pocas, y ninguno de ellos tenía una letra P escarlata. El discurso defendía que a diferencia de las relaciones abiertas, donde hay licencias para tener relaciones sexuales fuera del matrimonio (y demás uniones monógamas), el poliamor no se trata de sexo casual sino de la posibilidad de amar a varias personas en simultáneo, ¿lindo, no? Como uno ama a los hijos infinitamente y por igual. En el poliamor todas las personas involucradas saben de la existencia de las demás, e incluso las conocen. No confundir con encuentros múltiples, orgías y tríos, en el poliamor el sexo es en parejas. Cuando una de las personas termina una relación, están los demás para apoyarla en la tusa. Una lechita en bajo de confianza que no está tan en bajo.
Como no sólo existe el algoritmo virtual sino que el de la vida real ha funcionado por los siglos de los siglos, me vi sentada en un sitio famoso y concurrido con cuasidesconocidos. En esa mesa de extraños se tocó el tema de las relaciones abiertas, el poliamor y los cachos que le acababan de poner a uno de los comensales –comensal en la mesa porque había dejado de comer hace rato–. Al día siguiente me escriben a decirme que si en realidad yo estaba interesada en el poliamor: Obvio, sí. Y entré a un grupo de whatsapp. Selecto. Somos cuatro. Salimos juntos una vez al mes. Cuando alguno quiere ver a otro, cualquiera aparece después del “¿En qué andan?” Dos tenemos relaciones estables por fuera pero los externos saben que existe el grupo de poliamor y uno nos conoce a todos. Debo confesar que sólo sentimos celos cuando sabemos que el otro anda con esa persona que lo vuelve ripio y vamos a tener que ir a levantarlo (literal). Hace poco fuimos tres al Salón Málaga y, al hacer un brindis, el toro del ganado –para hablar en millenial y ganarme ese público– nos besó a ambas, ¿lindo, no? Parece que no, porque dos señoras estaban con la cara desfigurada del asombro. Lugar equivocado, pero agradezco el rosario diario que deben rezar por nosotros, todos los puntos suman. Amén.
El poliamor existe en Medellín, si hay charlas sobre el tema y se llena (también fuimos a una en Göra, no pudimos entrar, aforo completo) es porque algo está moviéndose. No digo que el poliamor sea fácil, pero tampoco lo es la soltería, el matrimonio, el amancebamiento, el celibato u otro, lo que digo es que debemos dejar de temer a lo otro, a lo que creemos nuevo, o de minorías, porque de pronto nos perdemos de mucho amor y sexo. O ambos y en el sentido contrario.