viernes, julio 26, 2024

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LA CAIDA DEL MITO II

“Lo que te voy a contar no te va a gustar”.

Fue la sentencia con la que saludé a uno de mis amigos con el que alimentábamos la posición antiimperialista, cuando me invitó a un tinto para que le “contara chismes de Nueva york”.

Y es que el país del norte, o por lo menos Nueva York, es un mundo completamente diferente al nuestro, lo primero que impresiona es el tamaño, todo, la gente, los edificios, las calles, todo es grandísimo y todo es lejísimos.

Otra de las cosas que más llamó mi atención fue la amabilidad de los habitantes de la Gran Manzana, en general, con excepción de los orientales (y no sé si eran chinos, japoneses, coreanos, en fin), que son maleducados y que se creen el ombligo del mundo. Los neoyorquinos, bien sean inmigrantes o nativos, siempre están dispuestos a ayudar, no importa el idioma y menos la nacionalidad.

Mención aparte merecen los latinos que viven en esas latitudes, abren los brazos al momento que notan que eres de esta parte del continente. Supongo que ven en el nuevo, el sufrimiento que seguramente ellos vivieron recién llegados.

Sobra decir de la majestuosidad de los edificios, que todos hemos visto en las películas que tienen como escenario a Manhattan. Pero lo que no puede pasar desapercibido para ningún visitante es el sistema masivo de transporte, en el que me detendré, porque es allí donde se aprecia la majestuosidad de esa ciudad.

El subterráneo de Nueva York es una telaraña férrea subterránea que cubre toda la ciudad y los distritos que la componen, además está alimentado por un complejo de trenes de cercanía y media distancia que interconectan de manera rápida y ágil gran parte del Estado y sus vecinos.

Como toda la ciudad el metro es amable, ni en las horas de mayor congestión se siente uno como sardina enlatada (sin ofender al presente), es rápido, y confiable, exacto, pues en el momento de una falla o un descuido fácilmente se podría generar una tragedia o parar la ciudad. Los trenes que alimentan el “sub”, como es llamado el metro, son cómodos y tranquilos, la mayoría de los vagones cuentan con su baño. Todo el sistema en Manhattan es subterráneo lo que crea una encantadora ciudad subterránea.

En las estaciones, por lo menos en las principales se consigue de todo, desde un café hasta un supermercado donde comprar lo necesario, hay mendigos, vendedores de confites y por su puesto los reconocidos cantantes, que en algunas ocasiones son bandas completas. Y aunque no hay persecución alguna hay gran percepción de seguridad.

Como le debe pasar a todo visitante, incluso al habitante, nos perdimos. Tomamos el metro en dirección equivocada, y eso que contábamos con el servicio de mapa de Google, porque a diferencia de lo que sucede en nuestro ciudad, que entrando a la Estación Parque Berrío, se pierde la señal de “tigo”, en el subterráneo de Nueva york se consigue señal de internet hasta tres pisos debajo de la tierra, y vuelvo, nos perdimos y más que generarnos ansiedad o algo similar, comprobamos una vez más la amabilidad del neoyorquino.

No pude dejar de comparar, y recordé la sanción que le impusieron a Petro por haber creado una tarifa diferencial en el Transmilenio, cuando nos informó Jonathan, uno de nuestros inmejorables anfitriones que el tren que nos llevaba de Long Island a Manhattan tenía dos tarifas, una en horas pico y otra en horas valle y que la diferencia era de tres dólares. ¡Qué particular aquí sí se puede!

Para que hablar más, le dije a mi amigo, que ya había notado lo mucho que me gustó la capital del mundo.

P.D. Eterno agradecimiento a Patricia, Noriel, Jonathan, Henry, Elvia, Alfonso y Holmes en la Ruana Paisa. Fueron unos anfitriones inmejorables.

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Adolfo Ospina
Licenciado en Educación Español y Literatura de U de A, apareció hace unos 4 años a este proyecto. Especialista en pedagogía de la lengua escrita de la Universidad Santo Tomás, Ambientalista y defensor de los derechos de los animales, peor que Vallejo.