viernes, julio 26, 2024

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“SUPERACIÓN PERSONAL”

La policía no es un fin, es un medio para materializar el fin último del Estado, que es el ser humano; sus derechos. El ciudadano no puede ser tratado como un medio al servicio del Estado, porque es en las monarquías en las que las instituciones se comportan como fines en sí mismos, y hubo mucha sangre derramada para que hoy tuviéramos lo que llamamos Estado de Derecho, donde el poder se debe entender al servicio de la libertad, y no la libertad al servicio del poder.

Circulan entre comentarios e informes periodísticos un montón de ideas que se basan en que bajo situaciones de conflicto como las actuales lo importante es la preservación de las instituciones y lo grave son los daños materiales, olvidando que todo eso puede ser muy importante pero nunca puede ser más importante que la vida humana, inclusive de quienes consideremos responsable de esos daños materiales.

Lo primero de lo que se debería hablar, siempre, es de las vidas en vez de las cosas, y parece ser que las prioridades de muchos están al revés: los noticieros abren con balances de pérdidas económicas y muchas personas en redes se preocupan más por lo que hacen algunos manifestantes que por lo que les hacen a ellos, o por las razones que los condujeron a esas protestas.

La sociedad se pretende clasificar entre buenos y malos y reducir los problemas al enemigo y al héroe, pero las cosas van mucho más allá. Las cuestiones colectivas no se pueden analizar desde lo individual, y lo de ahora es evidentemente un fenómeno colectivo, como una olla a presión que explota independientemente de quiénes sean los que protagonicen la explosión: podemos desaparecer -imaginariamente, claro- a todos los que hoy llamamos vándalos, y habrá otros en su reemplazo porque tenemos un conflicto social no resuelto de varias décadas que tiene que ver con el desprecio del Estado hacia la vida humana y hacia la vida vulnerable mientras las élites sociales, económicas y políticas tienen cada vez más comodidades.

No se trata de ideología sino de realidad: Colombia es uno de los países más desiguales del mundo y el conflicto social no depende del capricho de una persona que se levantó queriendo salir a romper vidrios, pues algo mucho más de fondo pasa, y si nos seguimos tapando los ojos seguiremos teniendo esa olla a presión explotando cada tanto, y poniendo el grito en el cielo por los vidrios rotos y no por la presión de la olla.

Queremos matar al mensajero creyendo que con ello desaparece el mensaje. Y estamos dispuestos a pagar el costo de matarlo porque creemos que lo malo del mensajero es su rol de mensajero y no su mensaje. Aceptamos entonces la inocultable e indiscutible violencia policial homicida, y nos parecen más valiosos los cristales rotos que las vidas arrebatadas.

Aborrecemos que un ciudadano se ponga una capucha porque pensamos que con ella hace mucho más daño del que hace la policía con sus balas. Nos irrita que ese encapuchado se oculte porque nos duele mucho que cueste más trabajo su identificación, pero no nos molesta que un policía utilice su casco de motocicleta para ocultar su identidad mientras viola los derechos humanos que le hemos confiado proteger.

Decimos, como dice el alcalde de Medellín, que un encapuchado es un peligroso enemigo con un explosivo cuando lo que porta -y sólo a veces- es un simple artefacto que produce ruido, pero nunca decimos que un policía que dispara contra un grupo de personas es un agente homicida. Maximizamos el lenguaje de odio en contra de lo que construimos como enemigo y eludimos o disfrazamos con eufemismos los crímenes de Estado.

Lo primero que tenemos que superar antes de pretender resolver el problema de la protesta social que involucra violencia es recuperar el orden de las prioridades: los cristales rotos son importantes, pero comencemos por asumir toda discusión desde el enfoque prioritario de protección de la vida humana y de no someter su valor al comportamiento de la persona, como si se justificara o fuera menos grave el asesinato del abogado Ordóñez porque para algunos haya tenido algún mal comportamiento social.

Si priorizamos la vida sobre lo demás, lo otro podrá dialogarse y convenirse, pero si seguimos aferrados a la idea de que lo principal son las instituciones y las cosas por encima de las personas, no haremos otra cosa que aplazar el problema y ocultarlo detrás del encapuchado.

Algunas reflexiones: resuenan como políticamente correctas frases casi que de superación personal como “la violencia no se enfrenta con más violencia” o, “la protesta es un derecho pero cuando no causa daños”, sin que se muestre mínima preocupación porque en todas las redes sociales -no en los medios tradicionales de comunicación- circulan decenas y hasta centenas de registros audiovisuales de abusos policiales que van desde golpizas inexplicables hasta disparos a muerte a ciudadanos en asocio con personas armadas, sin uniforme (paramilitares).

La violencia abusiva (incluyendo la de la policía) sí se puede enfrentar con violencia y eso se llama legítima defensa. La misma que cualquier ciudadano pudo haber realizado en contra de los policías que torturaban a Ordóñez y que se puede realizar contra cualquier policía que actúe con excesos durante esta crisis. Pero precisamente para evitar que crezca la espiral de violencia, es deber de los gobernantes hacer cesar de inmediato la violencia que depende de la autoridad policial, porque no puede ser que a la ciudadanía la maltraten y encima de ello se le pida que ofrezca la otra mejilla.

Seguirá habiendo institución policial pese a sus problemas estructurales, porque una buena policía es necesaria, y de esa discusión no depende que desaparezca la presión de la olla, pero una buena policía evidentemente sería una mejor condición para la solución del problema social.

Necesitamos una policía que no utilice animales para intimidar ciudadanos: los caballos no se deben tener como fuerzas de choque porque es inmoral aprovecharse de un animal para usarle en un contexto de enfrentamiento. Los animales podrían ser útiles, sin ser expuestos, en otra clase de actividades como los patrullajes en zonas montañosas.

Necesitamos una policía entrenada y capacitada para el tratamiento del conflicto social asociado a los grupos de manifestantes, mas no una policía militar entrenada para enfrentar organizaciones armadas porque en ninguna circunstancia se debe utilizar el entrenamiento y las herramientas diseñadas para matar, en un contexto de aglomeraciones sociales. Un hombre armado puesto en una situación de choque con grupos de manifestantes tendrá un tenebroso incentivo para usar tal instrumento de muerte en contra de los ciudadanos, y así se ha visto.

Necesitamos agentes de policía que en procedimientos ordinarios se quiten los cascos de motociclistas porque esos cascos tienen por objeto la protección vial y no el ocultamiento del rostro o la consecución de alguna especie de ventaja para el choque que incentive la violación de derechos humanos porque no es casualidad que en todos los videos de abusos policiales se vean los hombres portando casco sin estar usando las motocicletas.

Necesitamos una policía que supere la vieja idea de que el fin justifica los medios, y que como existen manifestantes que queman cosas y ponen en peligro a otros, entonces la primera opción pueda ser el disparo. Pero también necesitamos una sociedad que deje de poner primero el foco en los daños materiales o en el comportamiento de algunos manifestantes como si eso desplazara la prioridad de los asesinatos policiales o los justificara.

Y necesitamos, sobre cualquier cosa, una ciudadanía que defienda en las calles y en todos los medios lícitos posibles el valor de la vida humana; y también necesitamos mandatarios que, en vez de poner frases de superación personal en redes sociales, tengan la capacidad suficiente para entender el tamaño del problema social que deberían afrontar porque lo que está en juego no es la popularidad digital, sino la vida y la democracia misma.

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LUIS MAURICIO URQUIJO TEJADA
Abogado penalista, docente universitario y conferencista en temas relacionados con la criminología.