Reducir la brecha digital es fundamental para cambiar normas sociales de género arraigadas, y para asegurar que las voces y el liderazgo de las mujeres se integren en los niveles más altos antes, durante y después de una catástrofe.
En las últimas semanas, muchas personas de todo el mundo han celebrado conmigo varios primeros hitos de mi carrera: desde ganar mi primer Globo de Oro y mi primer premio del Sindicato de Actores de Cine, hasta ganar mi primer Oscar (por mejor actriz). Aunque estoy agradecida por este momento inolvidable de mi vida profesional, quisiera dirigir el foco internacional hacia un asunto que es muy personal para mí, y que merece la atención del mundo.
Mi vida cambió hace ocho años, cuando un momento sacudió mi visión del mundo.
Era el 25 de abril de 2015, y estaba en Nepal con mi pareja, Jean Todt, visitando varias organizaciones del lugar. De pronto, sentí que la tierra empezaba a temblar con violencia. Al otro lado de las puertas del edificio de baja altura en el que me encontraba, un terremoto mortífero asoló el país. Nunca había sentido el tipo de miedo y pánico que sentí aquel día, cuando el suelo bajo mí tembló con tanta fuerza que no podía mantenerme en pie. Tuve que arrastrarme para intentar llegar a la puerta y escapar. Cuando salimos, tuvimos que quedarnos fuera durante horas, pues no sabíamos qué edificios eran lo bastante sólidos o seguros para resguardarnos.
Aquel día, tuve la suerte de salir ilesa, pero no intacta. La experiencia fue aterradora. Todavía perduran en mí sus efectos. Nuestro hotel había sufrido daños durante el terremoto, y ya no era seguro entrar, así que fuimos directamente al aeropuerto, donde pasamos dos noches antes de ser evacuados en avión. En el camino, vi las ruinas y la destrucción por todas partes. No podía dejar de pensar en lo injusto que era que yo tuviese un hogar al que ir, a diferencia de los miles de familias cuyas vidas enteras quedaron de pronto reducidas a escombros.
Las catástrofes de esa magnitud causan daños irreparables en la vida de quienes ya tienen muy poco. Fui testigo de ello cuando volví a Nepal para ayudar en las labores de auxilio tres semanas después del terremoto, y de nuevo un año después, cuando regresé como embajadora de buena voluntad para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Volví a pensar en Nepal cuando vi las noticias del terremoto devastador que asoló Turquía y Siria el mes pasado. Las condiciones socioeconómicas de Siria ya eran terribles antes del terremoto: alrededor del 90 por ciento de la población vivía en la pobreza y millones de personas necesitaban ayuda humanitaria. Muchas se han quedado sin hogar, y carecen de los medios para reconstruir sus vidas o mantener a salvo a sus familias.
Las crisis no son solo momentos de catástrofe: sacan a la luz las profundas desigualdades que ya existían. Quienes viven en la pobreza, sobre todo las mujeres y las niñas, se llevan la peor parte. Inmediatamente después de una catástrofe, la falta de sistemas de saneamiento y de centros de salud y seguridad afectan de forma desproporcionada a las mujeres. En el tiempo que llevo siendo embajadora de buena voluntad, he visto de cerca cómo las mujeres y las niñas suelen ser las últimas en volver a la escuela y las últimas en obtener servicios básicos como agua potable, vacunas, documentos de identidad y terapia. Por lo general son las últimas en conseguir un trabajo y un préstamo.
En Siria, las Naciones Unidas prevé que unas 40.000 mujeres darán a luz en los próximos meses sin acceso a unas condiciones higiénicas. Cuando las mujeres tienen que dormir a la intemperie —como suele ocurrir cuando los edificios se han derrumbado o no son seguros— o en refugios colectivos sin la intimidad o la protección adecuadas, corren un mayor riesgo de sufrir violencia y agresiones sexuales, que se disparan tras una catástrofe.
Para la plena recuperación después de una catástrofe, y estar preparados para la siguiente, hay que tener en cuenta las necesidades específicas de las mujeres y las niñas en la respuesta humanitaria.
Las mujeres también deben desempeñar funciones de liderazgo en el proceso de recuperación. Sin embargo, las mujeres están lamentablemente infrarrepresentadas en la toma de decisiones que afectan sus perspectivas de supervivencia en tiempos de crisis. Esta brecha tiene un efecto peligroso: los estudios han demostrado que las mujeres son las más afectadas en las catástrofes. Las mujeres y las niñas suelen estar en desventaja en las labores de rescate, y las mujeres tienen mayor probabilidad que los hombres de padecer hambre.
Sabemos que las mujeres sostienen a sus comunidades. Sus voces, su liderazgo y su plena participación son fundamentales para una recuperación inclusiva, exitosa y sostenible. Esto significa tener presentes las necesidades, las prioridades y la seguridad de las mujeres a la hora de reconstruir los barrios y construir escuelas y mercados. Significa garantizar a las mujeres la igualdad de acceso a la información, a las oportunidades de trabajo y a la formación profesional, así como a los mecanismos de préstamos y seguros, todo ello vital para recuperar la estabilidad económica.
Sabemos que un mayor número de mujeres en puestos de poder y en la toma de decisiones a nivel comunitario, nacional e institucional conduce a políticas, leyes y prácticas más inclusivas, que protegen la igualdad de género y contribuyen a ella en todos los niveles. Significa un esfuerzo en pos de la tolerancia cero frente a la violencia de género en el hogar, en el trabajo, en internet o en cualquier otro lugar. Y también significa invertir más en la educación de las mujeres para asegurar que sus voces estén representadas en los más altos niveles del gobierno y de la sociedad.
Vivimos en un mundo plagado de pandemias, guerras y catástrofes recurrentes, y estamos luchando contra el cambio climático. Puede parecer imposible de superar. Pero también vivimos en una época de increíbles avances tecnológicos. Las tecnologías de la información y la comunicación son nuestras aliadas más poderosas combatir estas crisis. La tecnología mantiene en funcionamiento servicios sociales esenciales, mejora la respuesta a las crisis, fortalece las comunidades e impulsa la recuperación económica.
Sin embargo, el mundo digital también es un lugar de desigualdad. A nivel global, 2700 millones de personas están excluidas de la conectividad digital, la mayoría de las cuales son mujeres. En consecuencia, según el Banco Mundial, las mujeres se enfrentan a barreras para acceder a la información y los recursos en todos los ámbitos de su vida, lo que incluye cómo prepararse para una catástrofe, responder a ella y afrontarla de la manera adecuada.
Reducir la brecha digital es fundamental para cambiar unas normas sociales de género profundamente arraigadas, y para asegurar que las voces y el liderazgo de las mujeres se integren en los niveles más altos antes, durante y después de una catástrofe. Además, debemos realizar inversiones cuantificables en una educación para las mujeres que promueva la alfabetización digital y los campos CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).
Este año nos encontramos a medio camino de la fecha de 2030 marcada por las Naciones Unidas para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, un plan que aspira a hacer realidad una visión común y global de un mundo sin pobreza o desigualdad. Lo que he aprendido en mi trabajo con el PNUD es que solo será posible conseguir estos objetivos globales si alcanzamos una verdadera igualdad de género, en todas partes, en todos los aspectos de la vida —sobre todo en tiempos de crisis— y con previsión a la próxima catástrofe.
Tengo 60 años, y acabo de ganar mi primer Oscar. Sé algo acerca de la perseverancia, y soy demasiado consciente de lo que espera la sociedad de las mujeres. También soy muy consciente de que mi experiencia no se puede comparar en absoluto con las de esas heroínas que conocí y que están en la primera línea de las crisis. Pero, si algo puedo hacer con este momento de alegría profesional para mí, sería dirigir el foco hacia quienes, con demasiada frecuencia, pasan desapercibidas: las mujeres que están reconstruyendo sus comunidades, cuidando de niños y personas mayores y poniendo un plato de comida en la mesa. Asegurémonos de que no falten en la mesa cuando se toman decisiones que las afectan mayoritariamente a ellas.